
Esta noche la realidad se transformó en sueño, y el sueño se hizo real porque ¿Acaso no son reales nuestros sueños, si son parte de nuestro mundo? Compartimos, mientras soñamos,despiertos o dormidos, la creación con el mismo Dios, ya que somos capaces de hacer aparecer, de mil piezas dispersas, un pequeño universo en orden con su propia lógica, engarzado en la superficie del gran Uno que lo abarca todo. No hay diferencia entre sueño y vigilia, solo la que existe entre el torrente fresco y la roca.
Esta noche aprendí sin abrir los ojos, sin observar la oscuridad de mis habitaciones, sin siquiera pensar. Esta noche el conocimiento cayó sobre mi como el agua de una cascada, como el Sol que alumbra la pradera vacía y hace brotar en ella los colores del tulipán y la rosa. Como una voz que entona una canción eterna desde lo profundo del corazón, notas de una música sin principio ni fin que alcanza nuestras conciencias, serpenteando entre los resquicios de nuestros muros de metal y ciencia.
Y la canción decía que todos somos uno solo, el pez en el agua y el hombre que lo pesca en la ribera, el ternero en el campo y el granjero que lo sacrifica, el sastre que teje la seda y el gusano que se viste con ella; y el asesino y el ladrón y el cruel, y sus víctimas, los que soportan en silencio o con gritos de rebeldía el peso de la historia, todos son notas de la misma música que da fuerza y sentido a este mundo, y a todos los demás.
Así fue como aprendí, en la luz que inundaba la noche, que el peor pecado es la intolerancia, que la incomprensión y el egoísmo son la raíz de todo crimen y horror que provoca el hombre. Porque cualquier diferencia es solo superficial, porque la diversidad es el reflejo de mil espejos contiguos, reverberando con la belleza de la creación. El que permanece ciego a esta verdad es porque se niega a ver, el que a pesar de conocerla prefiere ignorarla es un hipócrita, tiene el corazón seco como una espiga abandonada al Sol de agosto. El rígido se quebrará, así queda escrito.