I am only a fool
who buys many books

martes, 31 de diciembre de 2013

Te nacen los cabellos
rizados como el tronco de un olivo,
de tu suelo blanco, almidonado,
por imitar a la reina Luna,
serena soberana llena
sobre la tierra de Andalucía líquida.

Se te derrama por los ojos el alma
cuando me miras, oscura y fértil
como la arena ribereña.
Eres mi Andalucía etérea hecha carne,
igual a ella en tus melancolías,
en tu mirada de estrellas
tiñéndose de rojo en el filo de la tarde.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Niña veraniega, sonrisa morena,
ojos nocturnos, sonámbulos;
cuerpo gimiente, piel tormentosa,
perfil de cincel y mármol,
beso estremecedor, suspiros rotos;
tus labios son versos flotantes,
tus miradas, pétalos lanzados al aire.

sábado, 7 de diciembre de 2013

El Músico Errante

El joven Biyán i-Shirazi llegó a la corte del rey Shasya de Nagpur una tarde, tras la puesta de Sol. Una brisa suave, casi se diría que cariñosa, agitaba las hojas de la arboleda de mangos a la entrada de la fortaleza del rey, y ni una nube ocultaba las mil joyas con que la noche se adornaba sus cabellos negros. El visitante era un afamado músico persa, un trovador errante, del cual se decía que su música era tan dulce y penetrante que hacía que los leones pacieran en la hierba, mansos como gacelas, que desbordaba los sentidos de los mortales con una belleza que era reflejo de la imagen prohibida de Dios. Biyán viajaba de corte en corte, de ciudad en ciudad, requerido por tal príncipe o tal mercader que deseaban disfrutar de su música. Siempre le rogaban que se quedase, pero al cabo de unos meses el persa seguía su camino, por muchas riquezas o comodidades que se le ofreciesen, dejando desolados, y airados, a muchos hombres poderosos.

De toda la región de Berar, Shasya era el rey más fuerte, fiero, sanguinario; había doblegado por conquista o amenazas a los demás príncipes del país. Cuando la bandera de Shasya aparecía frente a una ciudad ésta podía rendirse, lo cual era lo más sensato, o resistir, en cuyo caso, al caer ante el invasor, y siempre acababan cayendo, sus templos eran saqueados, sus edificios demolidos, los hombres pasados por la espada, y las mujeres torturadas y vendidas como esclavas, junto con los niños.Yo mismo fui una vez uno de estos niños, atado con cuerdas de caña a una reata de pobres criaturas, cubierto por las cenizas de mi vida pasada. Después, era costumbre de Shasya erigir pirámides con las cabezas de sus enemigos muertos, quemar los cultivos circundantes y sembrar con sal los campos arruinados. Tras esta demostración, los supervivientes tenían muy claro que la palabra de su nuevo señor era ley, y se guardaban mucho de rebelarse contra sus abusos. 

Cuando Biyán llegó a la corte de Shasya se celebraba un banquete conmemorando una conquista reciente. Por el suelo del gran salón de celebraciones, esparcidos a los pies del rey, descansaban los tesoros robados, alfombras de seda, oro, plata, estatuas de bronce y tallas de madera, a los que cortesanos, guerreros y bailarinas manoseaban y hacían burla. Un capitán borracho llegó incluso a vomitar sobre una bellísima figura de madera de la diosa Sarasvati. Todos a su alrededor explotaron en carcajadas, y el capitán, sintiéndose humillado, sacó su espada de la vaina y destrozó la estatua, arrojando los restos a una chimenea. Biyán estaba asqueado. Shasya lo mandó llamar, y el músico se acerco a su trono, a los pies del cual estaba arrodillada, vestida y enjoyada como para su noche de bodas, la mujer del príncipe conquistado, encadenada a una pared, con la mirada ausente. El rey se mesaba la barba negra, sus ojos vidriosos por el vino.

-Así que tú eres el famoso músico errante del que todo el mundo habla maravillas. He oído hablar de la belleza sobrenatural de tu música muchas veces, y quiero que amenices nuestra celebración con la mejor canción de tu repertorio. Si estás a la altura de tu fama te recompensaré con creces.

-Intentaré complaceros majestad- Respondió Biyán, sacando un laúd de su alforja, intentando no mirar demasiado al alboroto a su alrededor, que poco a poco se iba apaciguando, dando paso a un silencio expectante. Todos los ojos de la sala estaban posados en el músico.

Biyán comenzó a tañir su instrumento, como tantas veces antes, y sin embargo algo no iba bien. Las notas, tan naturales y vibrantes normalmente, sonaban temblorosas, fuera de lugar. Intentó mejorar la situación con su canto, pero no hacía más que desafinar y chirriar como un grajo. No comprendía qué pasaba, su música era horrorosa. La sala se llenó de risas, la corte entera se burlaba de él, incluso le arrojaron un par de copas llenas de vino. Una de ellas se estrelló contra su hombro, manchando sus ropas. El rey Shasya hizo parar a Biyan con un gesto imperativo, estaba furioso.

-¿Te burlas de mí? ¿Pretendes insultarme con esta actuación tan espantosa? Sin duda no tienes la menor idea de a quién tienes delante. Soy el hombre más poderoso de la India, cuando alzo la mano se detienen los ríos y ejércitos enteros perecen. He condenado a hombres a sufrir tormento por mucho menos, pero tú, por tu renombre, vas a recibir un trato especial. Permanecerás aquí como mi invitado una semana, al cabo de la cual te presentarás de nuevo ante nosotros y nos deleitarás, esta vez si, con la mejor música que se haya compuesto jamás. Si vuelve a desagradarme lo que oigo te cortaré la cabeza, y haré fabricar un laúd con tus huesos. ¡Que me traigan un escriba!

Entonces me acerqué al trono desde el rincón de la sala en el que me encontraba, testigo de cuanto ocurría, con mi cálamo, papel y tintero.

-Tú -Dijo, refieriéndose a mí- Pon por escrito cuanto he dicho, y acompaña al músico Biyán en todo momento, serás su guía y acompañante mientras esté aquí.

Así, Biyán y yo pasamos juntos los días que siguieron. Siempre que podía salía del palacio y paseaba por los bosques a su alrededor. Me preguntaba por las características de la región, qué gentes la habitaban, qué idiomas se hablaban en ella, cuántas ciudades y aldeas poseía. También me preguntó por mi vida, cómo había entrado en el servicio del rey. Le conté que nací en una ciudad gobernada por un Rajá enemigo de Shasya, que fue tomada y destruida, y yo, que era solo un niño, hecho esclavo. No sé qué fue de mi familia. Al principio trabajé en las cocinas, pero como vieron que era inteligente, y sabía leer y escribir, me pusieron al servicio de un secretario, luego de un consejero, por fin de un ministro, y fui recompensado con la libertad. "Si eres libre, ¿Por qué continúas al lado de Shasya?", me preguntó Biyán. "No tengo a donde ir", le contesté.

Al músico le costaba inspirarse en la corte de Shasya, le parecía un lugar de opresión y crueldad, no le encontraba sentido a las leyes que gobernaban la vida del palacio, ni por qué hombre o mujer alguno obedecía las órdenes del rey. "Si una mañana, al despertar, ninguno de sus sirvientes le obedeciese", me dijo un día, "Shasya no tendría nada que hacer. Su poder es una ilusión, una pesadilla de su creación en la que todos estáis inmersos. Nada diferencia a un príncipe de un esclavo, todo lo que los separa es una mentira, ante la cual generaciones incontables se han inclinado, ignorantes. Todos deberíamos ser libres para vivir como mejor nos pareciese, sin tener que aguantar imposiciones por parte de ningún tirano". Para hacer su música Biyán necesitaba un camino sin límites abierto ante él, tan solo el mundo, la vida, extendidos en todo su esplendor, sin muros, fronteras, rangos. El plazo y la amenaza de Shasya eran un veneno para la creatividad del persa. Ya habían transcurrido seis días de la semana fijada, y todavía no había conseguido componer una sola línea de la canción exigida. Ese último día, desesperado, vino a buscarme a mis aposentos, iba a dar un último paseo por los campos circundantes, antes de enfrentarse a una muerte segura. Tomamos unos caballos y cabalgamos muy lejos de la fortaleza, hasta llegar a un río. Empezaba a anochecer, el cielo estaba teñido de un rojo intenso, y en el río se bañaba una mujer bellísima. Biyán se detuvo en la ribera, pasmado, incapaz de apartar los ojos de la chica. Ésta nos daba la espalda, su cuerpo oculto casi por completo por sus largos cabellos morenos, que le llegaban más allá de la cintura, formando una catarata oscura cayendo con fuerza desde su cabeza sobre la corriente; su piel blanca, tersa, suave como un suspiro, refulgía vestida con una fina pátina de agua. La muchacha cantaba una canción de amor mientras se acariciaba la piel, enjuagándola, y tomaba su larga cabellera entre sus manos, haciendo deslizarse el agua de su pelo de vuelta al arroyo. Entonces la mujer se volvió, se acercó a nosotros, mostrándonos toda su belleza desnuda. Casi caí del caballo cuando vi que tenía cuatro brazos. Miré a Biyán, se había bajado de su montura, caminaba hacia la mujer. Se metió en el agua hasta las rodillas, y allí se encontraron, ella lo acercó hacia sí con sus cuatro extremidades y le besó. Un brillo dorado envolvió al músico. Cuando se separaron la mujer le susurró algo al oído, y se fundió en la oscuridad de la noche. Biyán se quedó quieto en el agua unos minutos, luego pareció despertar de un profundo sueño, y caminó hacia su caballo dando traspiés, sin decir una sola palabra. 

-¿Qué era esa mujer? ¿Qué te ha dicho?- Le pregunté, sin poder contenerme más.
-Era Sarasvati. Me ha susurrado una canción.
-¿Una canción?
-Tengo que volver al palacio, deprisa.

Cabalgamos a toda prisa de vuelta a la fortaleza, y Biyán se encerró en sus aposentos con su laúd. No volví a verlo hasta la mañana siguiente. El rey Shasya había convocado a toda su corte y sus vasallos más importantes para presenciar el éxito o la desgracia del músico persa, la sala del trono estaba repleta. Todos los presentes callaron a un gesto del rey, y se hizo pasar a Biyán, que caminaba seguro, como si tuviese alas, portando su instrumento.

-Espero que hayas aprovechado el tiempo, músico- Dijo Shasya -Ahora llega la hora de tu actuación más importante. Tu vida depende de mí, compláceme, y te cubriré de honores, quizás incluso te dé un puesto en mi corte. Toca como hace una semana, y será lo último que hagas.

Biyán no respondió. Comenzó a tañir su laúd, unas notas sueltas primero, entrelazándolas suavemente después, formando una melodía perfecta. La música se deslizaba como oleadas de belleza y armonía, inundando las conciencias de los cortesanos y los vasallos. Cuando empezó a cantar las columnas de la sala temblaron, los muros se resquebrajaron, del techo cayeron pedazos de yeso y mampostería. "¡¿Qué significa ésto?!", gritó el rey, y fue lo último que dijo en este mundo. Una gigantesca mano blanca atravesó el techo de la sala, destruyéndolo todo a su paso, y aferró a Shasya, llevándoselo entre gritos. El pánico cundió entre los presentes, que corrían de un lado a otro sin entender nada. Yo, sin embargo, entendía muy bien lo que acababa de pasar. Reuní a los capitanes de la guardia de palacio y les hice arrestar a Biyán por haber asesinado al rey. Al principio dudaron, se preguntaron quién era yo para darles órdenes, pero acabaron por obedecer. Estrellaron su laúd contra el suelo y arrastraron al músico a un calabozo. Luego reuní a los capitanes que consideraba más corruptos, y les ofrecí riquezas y poder si me ayudaban a conquistar el trono vacante de Shasya. Esa misma noche su heredero, todavía un niño, fue asesinado mientras dormía. Con la ayuda de la guardia me coroné rey, hice que los príncipes vasallos que no habían huido de la corte me jurasen lealtad, y a los que se negaron los hice decapitar. Unas cuantas ciudades se rebelaron contra mi mandato, pero las tomé, y castigué su insolencia con severidad. Por fin, cuando mi poder estuvo firmemente asentado, hice ejecutar a Biyán, el músico, porque era un hombre realmente peligroso. Luego ordené que se cortase la lengua a todo el que hablase alguna vez de los hechos acaecidos el día en que Shasya murió, porque si la gente supiese que un rey puede ser derribado con música, todos aprenderían a tocar el laúd.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mi corazón ha muerto,
no le queda sangre que derramar,
su sangre se ha vuelto tinta,
tinta que en ríos viaja al mar,
y a su paso riega bosques negros.
Flotando en una laguna oscura
crece en mí tu recuerdo,
como un venenoso nenúfar


lunes, 2 de diciembre de 2013

No me quites mi esperanza,
no todavía, ahora que empiezo a disfrutarla.
No me arrebates este fuego en mis entrañas,
calidez que alumbra mi imaginación en la noche fría.

No me digas que se va,
no me hagas pensar que se aleja,
que nunca estuvo tan cerca como deseé.
¿No ves que cuando le hablo
se ilumina el día en mi rostro,
y la felicidad no es una túnica gastada
para vestir en los días de lluvia,
sino real, infalsificable como mi sonrisa?

No me digas que ella no siente igual,
si es así no quiero saberlo.
Déjame con mis sueños a solas,
ve con tus augurios a amargar a otro.
Déjame a mi con su mirada,
esa con la que cada día, sin saberlo,
se clava en mi alma.

Hace ya días que se esconde el sol bajo la tierra
sin haber amanecido siquiera,
y ha recorrido el mundo 
trescientas veces el contorno de su estrella
sin que haya llegado a nuestros corazones la Primavera.

La misma melancolía del árbol
que llega al Invierno sin haber florecido
siento yo por terminar el día
sin que haya hecho brillar tu piel de rojo,
sin que asome a tus ojos 
la alegría cristalina que te queda en la mirada
cada vez que navegamos tus sábanas,
entrelazados en forma de barco.

Porque ese fuego que arde sin quemar en mi mano,
cuando recojo en su copa la carne líquida de tu pecho,
es la energía que anima mis pasos,
la droga que estimula mi pensamiento.

Sobre todo, me hace feliz
saber que tan adicta eres de mí
como yo de ti.