I am only a fool
who buys many books

viernes, 28 de diciembre de 2012

Gota

He de volver algún día a pasear en tu jardín;
entre la flor dorada de la mañana y la sangre del mármol, saltarina en su pedestal de azulejos, reaparecer en el reflejo alegre de tus ojos. Entonces se hará carne mi memoria, aquel tiempo muerto en que caminábamos juntos por un mundo olvidado, anacronismo de belleza, y sufrirán de nuevo nuestros días el placentero deterioro del verde que vuela a convertirse en Invierno, de la piel que se avejenta al toque nocivo de los años. En el palacio de la felicidad el dinero no puede comprar sonrisas, ni la mentira ganar amantes, allí solo se respira la quietud de un momento fugaz, conservado eternamente entre sus muros de historia, y yo conozco la entrada a ese paraíso terrenal que el hombre ha buscado desde que dejó de ser bestia, un edén de palmerales y sueños tallados en piedra, en forma de estatuas de líquen y frutos abandonados a la quemazón de un Sol amable. Yo conozco el camino a la vida eterna, sendero pavimentado de tu lengua suave, arqueado por tus labios sinceros, como hace la enredadera en las veredas de nuestro jardín, rodeado del perfume del alma que impregna en tu piel su encanto más rojo.

Renací después de un largo sueño, de un errar incansable hasta la costa oscura donde muere el universo, el límite a toda vida y conocimiento. En ese mar lejano que besa la tierra frío, como el umbral de la muerte, lavé mis pies, envueltos en el polvo de ciudades milenarias, de barro y torres de turquesa; esclarecí la mente de la maraña de pensamientos mundanos, del laberinto de lógica que pierde cada día nuestro espíritu en pasillos de miedo, de eterno ir y volver por las ruinas del deseo. Y aún purificado, desnudo de todo anhelo, encontré en mi corazón tu llama, que tenue basta para hacer arder mi vida miserable. Te he ahogado en océanos de olvido, te he golpeado con la espada de mi odio, zarandeado, te he gritado con mi pobre voz de hombre perdido, "¡Vete!".  Pero hasta el exilio del tiempo es distancia corta para tu sombra alada, no hay espacio suficiente entre las esferas del cosmos para cortar la ligazón que une nuestra existencia. En el libro de la vida y la muerte la tinta de nuestros nombres se mezcla, se deslizan unidos en un surco negro hasta el abismo de su página, y juntos en una sola gota caeremos a la oscuridad, en el reverso del mundo.




jueves, 29 de noviembre de 2012

La vida antes de la vida

-¿Y tú que fuiste, antes de nacer?

"Yo era valiente y justo, yo era un capitán de hombres, los dirigía en la guerra y me enfrentaba con ellos a la sombra de la existencia, trayendo conmigo la luz de la civilización. En mañanas heladas de bosques primigenios llevaba el estandarte de emperadores y ciudades, hace mucho olvidados, al centro tenebroso de Germania, del Asia y la Tingitania. Yo mataba o era muerto, con justicia y honestidad luchaba contra gentes que eran mis iguales, no por codicia o placer, si no porque en eso consiste nuestra vida, en luchar, con dignidad y respeto, contra nuestros iguales. Y nunca cometí crueldades innecesarias, toda crueldad lo es, y jamás me ensañé con un hombre herido, y mantuve mi conciencia limpia hasta el fin de mis días, pues no dejé que mi corazón se empañara con las manchas de la pereza y la ignorancia, ni fui frívolo ni decadente, ya que cualquier exceso es decadente para el alma, pero yo practiqué la mesura y fui honesto con todos y todo lo que amé, y construí mi memoria en el mundo con altas columnas de mármol victorioso.

Después vino la oscuridad, que siempre nos acaba alcanzando, pues no importa cuanto creamos estar lejos de su paso, ella camina pegada a nuestros pies y observa con tenebrosa atención cada una de nuestrass acciones; y tras la sombra recuerdo el Sol brillante, el verde, una voz dulce de mujer, un amor que llenaba el mundo de bienestar y equilibrio. Crecí de nuevo, fui un hombre sabio en la corte de un califa. Por mi ciudad, que era la más hermosa del mundo, pasaba refulgente un gran río, al río lo cruzaba un puente de piedra, y a la cabeza del puente podía verse una torre amurallada y a sus espaldas un templo de gran belleza, pues aunque el exterior era pobre, humilde, y no pretendía de los días más que ser unos cuantos muros de ladrillo, por dentro contenía un esplendor de dorado fastuoso, mil columnas de color de nubes y atardeceres, mosaicos de cien brillos espejados, y era un ejemplo de como debe ser el espíritu de los hombres. Yo era un poeta y amaba la belleza,  la belleza estaba en todas las cosas y todo era uno con Dios. Adoré la vida, sus placeres, el esplendor de sus Primaveras en unos pechos suaves, que se abrían sinceros como el jazmín en nuestros jardines. 

Pero todo eso es polvo esparcido por vientos tormentosos. El Sur anciano, padre y madre de la civilización, se arrodilla al Norte egoísta, frío hasta los huesos, mecanicista. Cómo da vueltas la rueda de la fortuna, que estas tierras que fueron ricas, bellas,  y gobernaran al mundo no sean ahora más que naciones mendigas, sirvientes aduladores de un nuevo imperio forjado de engranajes y mentiras, de engaños de mercachifle, y con el fulgor violento de la ciencia del átomo.

Ahora no soy más que un triste oficinista, un tornillo, una cuerda, una gota de combustible en este motor que nos mueve a todos al desastre. El mundo es ahora un lugar de hastío y deshonestidad, la belleza se ha vendido, la virtud se ha vendido, y nadie piensa sino en la riqueza inmediata, en satisfacer sus placeres más sombríos a costa de la felicidad ajena. ¡Llueva fuego sobre este mundo triste! Yo que fui un hombre, ahora no soy más que una máquina. Yo, que fui libre, ahora no soy más que un esclavo democrático de mis vísceras y mi bolsillo. Y aún debo agradecer que se inventara el progreso."

-¿Y qué serás mañana, cuando vuelvas a nacer?

"Mañana no naceré más, pues ya he cumplido mi ciclo en este mundo y debo mudar de esfera. Mañana no habrá mañana, el tiempo y el espacio desaparecerán, se desatarán como cadenas rotas, seré libre para unirme a cuanto existe, seré uno solo con la creación y observaré la Tierra y sus habitantes con los miles que fueron antes que yo, y todavía son."
¿Ya oyes lo que gritan en las calles vida mía, todas esas sombras salvajes que queman y destruyen, y se sobresaltan cuando se les aparece, en los cristales rotos por el suelo, su reflejo de demonio?
Finalmente tenían razón, tantos necios que decían:

"Estos años son las horas rojas
cuando el viento se detiene y no sopla ni en forma de suave brisa,
cuando los animales de ciudad reposan sus miradas atropelladas
en bosques de basura y botellas,
y el día se alarga eterno en el Tiempo,
como aferrándose a los hilachos de su toga polvorienta,
para no dejar pasar la vida que se le escapa
inundando de sangre negra el cielo.
Es el atardecer de nuestro mundo,
noche de nubes de ceniza y barbarie,
no habrá Sol ni Luna que alumbren a nuestros hijos deformes,
retozarán en campos de ruinas, 
jugarán con las calaveras de sus abuelos,
y no habrá color en sus pieles lacias 
que no conocerán el beso cariñoso de la luz."

Y aquí estamos, vida mía
con tus labios sinceros, 
tu palabra cálida, 
tus manos amantes, que han inundado de amor mis días,
como una gota de honestidad en el desierto de la mentira.
Tú siempre fuiste más valiente,
ser sincero es lo más valeroso que puede ser alguien
en este tiempo que paga con dolor la franqueza.
Ven, abrázame, vuelve tu mirada dulce de cristal
y aquí encerrados en nosotros mismos 
veamos como se quema el mundo,
escuchemos lo que gritan en las calles.

viernes, 23 de noviembre de 2012

El Despertar de la Araña












Maté a la araña,
esa que bajaba en su tela, confiada,
tendida entre los maderos de mi ventana.
Acerqué un libro al cuerpo blando, su atención concentrada
en la muerte que pendía oscura,
sin reflejo, sobre sus ojos de sombra.

La aplasté,
dejé de ella apenas un rastro líquido, 
órganos y patas desvencijadas.
Extinguí su sueño, la desperté del lecho del mundo
y ni siquiera pensó,
si pensaba alguna vez,
en toda esa cadena de milagros
que desde la más infinita lejanía del tiempo y el espacio
llevaron a su nacimiento, su vida,
a terminar hoy por mi mano,
igual que por un punto termina una buena historia.
Y sin duda Dios supo lo que iba a ocurrir,
lo vio desde los ojos ignorantes de la araña,
lo sintió a través de mis manos de madera e hilo,
y dejó que ocurriese,
y me dejó a mí frente al cadáver de la araña
pensando, pensando,
qué culpa tenia ella
de mi corazón agotado, de mi pensamiento dormido,
como en coma, como muerto,
y de esa losa que son los momentos perdidos,
la felicidad imposible que se escapa una,
una y otra vez, y de nuevo,
como el agua que fluye de la fuente de la vida,
chorreando entre mis dedos abiertos
como la sangre amarilla de la araña.
Se le escapan del cuerpo los momentos,
desparrama en el Universo su existencia entera.
Le cayó encima el pie del Tiempo,
viejo ciego, bastardo amargado
amigo de la muerte, hermano del fracaso,
padre del Sol poniente y de una Luna enfermiza
que solo alumbra carcasas de soledad.

domingo, 18 de noviembre de 2012


Alma perdida, camino de sombras,
espectros que pasean a mi alrededor en gris, plata,
reflejo de todos los tonos del plomo,
buscando sus corazones vendidos al por mayor.
Decidme ¿A quién disteis vuestra humanidad?
"A un diablo de cemento y cableado de cobre.
Nos engañó con sus bailes de libertad,
siempre envenena el traidor los oídos de su señor
con promesas de alivio y vano bienestar,
y halaga la carne con excesos ingratos,
manjares que se vuelven vómito en la boca,
amor que se transforma en comercio de falsedad.
Arrebatamos su corona al mundo y la entregamos a su saqueador,
serpiente que, enterrada bajo nuestra piel,
se sustenta como un parásito devorando ideales y sueños,
que nos gobierna sumergiendo nuestros ojos
en imágenes mentirosas de un paraíso infernal.
A él se entregan humilladas las conciencias,
la voluntad sepultada en seda, la mente enferma de ignorancia,
no son rivales a la comodidad deshonesta,
a la hipocresía de los que protegen al hombre
mientras prostituyen su dignidad.
Y así andamos, ciegos, sordos,
tanteando en la oscuridad para encontrar lo que hemos perdido,
esa piedra preciosa del corazón
sin la cual somos menos que bestias salvajes,
porque hasta los animales saben, sin saber,
del equilibrio que rige el cosmos,
y de la condena que espera a aquel que lo corrompe.
Caerá del cielo, forjada de rayos, templada de lluvia,
nacerá de la tierra en un parto de fuego y magma,
y de cada mano humillada, de cada rostro ensangrentado,
de todas las vidas condenadas a la miseria,
brotará una espada
y la portarán todos los brazos esclavizados,
y su hoja se afilará en la roca de las mentiras,
la roca de los asesinatos, de los abusos,
de la pasividad.
Y la espada se abatirá y partirá el mundo en dos,
y yo, y todos los que somos culpables de vivir
sobre las espaldas de la humanidad arrodillada,
pereceremos
y volveremos a nacer, con conciencia renovada,
en una tierra purificada,
sacra."


miércoles, 14 de noviembre de 2012

Esta noche, paseando,
trastabillando pies cansados entre bloques de concreto,
pateando vidrios, en charcos donde se mezclan aceites y meado,
vi a Dios degradarse hasta el punto
de prostituirse en la esquina más sórdida,
el rincón más oscuro de la ciudad del hombre,
donde hasta las farolas proyectan sombras
sobre cloacas donde se pudren los sueños,
el "pudo ser, y no fue", el ideal de lo que un dia
se imaginó que seria humanidad.
Andaba sin gracia
en tacones de cuero rosa, la respuesta a todos los enigmas,
la causa primera, esencia de todo lo natural,
se vendía por la nimiedad
más mísera y trivial,
ese que a pesar de su bajo nacimiento
es soberano de nuestras conciencias.
Dónde queda el paraíso, dónde se perdieron los años dorados.
Si fueron alguna vez, dónde están los palacios de fieltro,
los árboles plegados para semejar pilares, sus hojas
como bóvedas para cubrir mosaicos de flores silvestres.
Dónde están los jardines de reyes justos,
de príncipes poetas y míticos hombres de valor,
para los que la palabra dada era un ancla en el alma,
y la única moneda para comprar lealtad.
Dónde ha llegado el Errante sajón
en su búsqueda de un hogar, del calor de un nuevo mundo
al regazo de un señor salvador.
Desesperó, caminó en el yermo su ánimo perdido, en el valle de los extraviados;
y aquí están enterrados sus huesos, deshechos por la falsedad
de esta tierra de plástico, de corazones de acero;
estas calles que rezuman desconfianza,
voracidad,
ingratitud,
ignorancia,
traición. Traición al ideal, al espíritu
de lo que un día fué,
si es que ha sido,
y de lo que ya no somos.

lunes, 12 de noviembre de 2012




Con tu mano blanca te destapas los ojos de cabellos negros,
que como una enredadera a la sombra del Verano
cubrían las cristaleras de tus muros.
Qué luz reflejan sus vidrios de aguada,
destellando en rojo, azul y amarillo, color del día recién nacido,
sobre los que paseamos por tu calle adoquinada de deseos.
Yo me detengo, agotado de mi largo vagabundeo, 
llamo a tu puerta,
Y te pido una copa para beber
del dulce agua que nace y borbotea
en la cañada brillante, fuente de mármol 
donde bañan las tórtolas sus alas cansadas,
frente a tu puerta.
Tú te sonríes con la mirada, dices,
"No, no; no puede refrescarse en mi fuente
cualquier viajero que por el camino pase.
Si te pongo mi copa en las manos
y te dejo beber hasta hartar tu sed,
no volveré a verte caminar mi calle.
Vuelve mañana noche,
cuando la Luna sale llena
a pasear la envidia de las estrellas,
y verás entonces
que es más bello su reflejo en el agua de mi manantial
que el de la luz del Sol en su piel pálida
cuando se cubre el cielo de noche.
Vuelve entonces, y podrás beber de mis labios
el agua de mi fuente".



sábado, 10 de noviembre de 2012

En la tarde lacrimosa, cubierto el cielo de letras doradas
despegadas de alguna hoja otoñal,
cuando se emboza la conciencia 
entre los pliegues de oscuros nubarrones,
tirita el alma desnuda de luz
acosada por el canto de las corvejas.

Alienta en esa tarde la lumbre
en el hogar del corazón,
la llama roja por la sangre de héroes y villanos,
por  lágrimas de amor roto,
aliméntala con versos de John Donne, con el dolor
del príncipe danés, frente a la fosa de la bella Ophelia.

Y mientras el otoño se encamina frío
al sueño quieto del Invierno,
no fallarán a tu ánimo las pasiones y burlas de Quevedo,
ni la vida inagotable en los salones de Elrond.
No dejarán de abrigarte, en palabras e imágenes,
Walt Whitman y Walter White,
ni el loto de color de cielo, flotando en un estanque bengalí.

domingo, 4 de noviembre de 2012




Luz amante del pozo de plata,
De la hija de la noche y madre de estrellas,
Que refleja en sus aguas tu rostro fugaz.
Vosotros, enamorados, 
Aurigas de carros celestes,
Jinete en el fuego de Arvak y Alsvid, 
Solo tiene que aparecer ella para ahogarte en la marea de sus cabellos morenos, 
Y en océano de oscuridad te estrellas, Sol,
Y con una llamarada azul calcinas la piel delicada de tu Luna, 
Al amanecer de tu nacimiento, la conviertes en cenizas, 
Esparcida sobre tejados y campanarios. 
Vuestra unión imposible se consumará algún día, 
En abrazo incandescente, tan solo un instante,
En un segundo de placer destructor, 
En las fauces de Sköll más negras que el vacío mismo, 
Antes de ser devorados tendréis la oportunidad de amaros, 
Seréis uno solo y, después, nada.

domingo, 28 de octubre de 2012

Con mi muerte nos doy vida,
de mi cuerpo desintegrado nacerán montañas,
de mi sangre ríos,
de mis palabras extremas los dioses del cielo,
de mi odio sus demonios, que roen las raíces del mundo.
Con mis ojos soplaré un orbe de vidrio,
de su iris brotarán los colores de la Primavera,
y con mis huesos moldearé la armazón del tiempo.
Yo soy Purusha nacido del huevo de oro,
yo soy Ymir de la raza del hielo,
y Tú eres el corazón que late en el pecho de mi creación,
el vacío que rebosa en el aliento de la vida,
la libertad que bulle en cada criatura que surge de mis estragos,
el pensamiento que reposa tras la roca tallada,
la voluntad que mueve las ruedas del firmamento,
el árbol que crece en el centro de la laguna
donde uno es todo y todos son Tú mismo.
Entre mis escombros, cuando me haya desvanecido,
y todo lo que he sido sea de nuevo,
permancerá la rosa de la vida,
cuya savia es tu fuerza, y su color tu juicio.




miércoles, 17 de octubre de 2012

El día que morí fue el más triste de mi vida.
Pensé, "mis viajes, mi amor, Sol que amaneces en la distancia,
lluvia que lo entierras y oscureces las hojas del Otoño,
No habréis de volver nunca a mí.
Ni la brisa, azul en Verano, gris de Invierno,
rizos cálidos y miradas de dulce verde destilado".
Pensé que todo había acabado, el día que morí.
Pero no hay viaje que tenga fin; no hay rosaleda que no perviva
en la semilla de primaveras por venir. 
Rojos frescos brotaron de mi corazón marchito,
y en sangre renovada, de nueva estrella ardiente,
Viví de nuevo, el día que morí,
nací en eterno ciclo, rueda del cambio, arroyo vibrante del alma.
Viviremos, y no habrá final a nuestro amor, que se reintegra en cuerpo desconocido,
y habrá penumbra en la noche de nuestras conciencias, 
Solo para que otra vez alumbren de oro las nubes.
Tumba, cuna y sepultura,
Creación, muerte, solo palabras, solo pasiones,
que van y vienen, despegadas del viento como herrumbre.



martes, 16 de octubre de 2012


Dos soles de sistemas extraños,
de dorados que no son de este universo,
llegaron prendidos en la noche
como estrellas de ámbar y oro estañado y,
por confundirse en el brillo de la cerveza y el vino blanco,
se toparon con mi lengua desorientada
que ofende al cielo con palabras equivocadas.
Se ríe sin embargo el verde de las hojas de otoño,
queriendo compensar vanidad de broma,
y anochecer de fiesta,
pide con mirada dulce que se le haga justicia escrita,
y por verla sonreir,
quién no haría arder su corazón por verla sonreir,
yo le prometo exprimir el fruto ácido del árbol del juicio,
arrancarle gotas de belleza que perfumen sus colores,
nuevos enemigos de la oscuridad,
ni verde, avellana o azafrán, todos ellos juntos
fundidos en abrazo líquido y arroyo de sonrisa cristalina.
Gotas de savia que ruedan por un tronco áspero, 
por suelo boscoso de láminas de pino, alerce,
iris castaño, ojos de abeto y tierra desnuda,
bañada de frescas chispas,
que nacen en río de mirada salvaje.

Como caballeros y damas de antaño,
oscuros, en triste rincón de historia olvidados, 
derrochamos diccionario en la cosa más simple,
en la belleza más sencilla, primigenia,
tan solo tus ojos, sin filosofías,
solamente dos destellos de mar, nada más.
¿Hay cosa más importante de la que hablar?



To my friend Asia, being offended for a joke I made about her eyes one partying night in Ankara, I promised her to write about them, and make them justice. Hope you like it!

lunes, 15 de octubre de 2012

¿No son este mismo paisaje, todos estos elementos que lo componen a la vista, familiares y conocidos?

Cuántas veces habré recorrido esta senda, tantas como para que mi memoria camine más aprisa que el camino mismo, y se adelante de lejos a su abrupto final de barro y espinas. Estos mismos pasos ya los dí, si no con ánimo más firme con corazón más dispuesto y alegre, como tierna res que pisa por primera vez el cobertizo de su carnicero, como inconsciente Ulises que se hace al mar azul profundo en misterios. Pero mis ojos ya prevén el final, tristes, cansados; solo dolor espera al término de los paseos del corazón. No hay esperanza en llegar a prado fresco donde crezcan colores a la sombra del olivo y el castaño, y aún así siempre aparece loca, dispuesta para esos ojos verdes que no dejan de ver los míos. Podrán mirarse, perderse cuanto quieran en sus anhelos, y podré sentir en la distancia y las frías mañanas de ensueño su roce de espejismo, sus visos como de amanecer empapado por la lluvia, como fina orilla tendida al pie de la laguna verdiazul.

Porque tu piel es de caricias soñadas y tu pelo es de noche cargada de deseos como estrellas, que huirán espantadas al nacer de la mañana; y ese será el fin de este camino de ideales y ensueños, siempre en soledad, siempre transformado en realidad impávida y marchita, de sombra y ceniza.

martes, 9 de octubre de 2012

Pensamiento de Noche, Pensamiento de Día

Qué culpa tiene la carne de las deudas del corazón, que se quejan siempre insatisfechas, dolorosas, de este mundo de olvido y arrepentimiento. La mentira es faro engañoso de nuestras tormentas, aquí a sus pies se quiebran nuestras naves entre espinas de rosa y roca, y ya solo nos queda una eternidad de naufragio y amaneceres de melancolía, en esta playa de arenas infinitas donde las estrellas ríen titilantes, traviesas e ingeniosas; la madre Luna rechoncha que trata de consolarnos con su luz de medianoche, y se vuelve Llena de tristeza al ver nuestra entraña y sus despojos.

Lenta historia que pierde palabras como el alma pierde sus pétalos uno a uno, enferma de pulgones, camina la vida por las calles de sombra y rostros de luz, y por entre muros antiguos, patios de silencio donde el viento balancea tierno las palmeras, como un amante los cabellos de la Tierra dormida. ¡Qué andar solitario, a pesar de ser multitud! Serán tus ojos negros que me atormentan el sueño ¿Será posible que no desaparezcan en la noche? Y ese perfume tuyo que sigue reptando desde su madriguera de recuerdo, que me encuentra en cualquier lugar del mundo, en toda orilla que bañe el oleaje verdoso, salado como tu piel que ahoga mis pulmones, me arrastra a la profundidad oscura, lejana a cualquier auxilio o esperanza. Maldita seas.

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Qué feliz el canto del ave que libera al alma de su cárcel de penumbras, cómo cabe en él y se agranda el mar de Verano tendido al Sol del mediodía, majestado de espumas y resplandores danzantes. Qué luz es esta que inunda la vida, que ciega como el brillo a través de la hoja verde, de la rama, de la arboleda entera; que hace brotar el rojo del seno de la tierra y de los tuyos de aleña; que reencarna su esplendor en el azul del cielo, el verde de tus ojos, en la oscura, oscura flor de tus cabellos.

Nada más, nada menos, tan solo esto. Es luz, es canto, es la Primavera del corazón que se cubre de bayas reverdecidas, de los frutos que la generosidad derrama en el mundo. Es rocío y arroyo claro de esperanza, es deshielo y fuego cósmico sincero, no llama engañosa que alumbra el mundo dormido. Risa como música que no ha de parar, palabras que son canciones, Día que es luz y padre de la alegría renacida; bienvenido al mundo.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Ay, mi Al Ándalus

Qué lejos se halla del paraíso, ay, mi Al Ándalus. Corazón de hermosuras marchitas, tierra de ruinas, fragancia esquilmada, tan solo rica en recuerdos e historias. Sus amaneceres no alegran las piedras del castillo, desperdigadas en la colina, que alarga su penumbra sobre el pueblo miserable y deprimido, aplastado por el Sol inclemente, carcomido de ignorancia. ¿Quién vivió allí, en el antiguo palacio, en la colina? Nadie lo sabe, todo esta olvidado por casi todos. Qué lejos quedan los días de tu poder, ay, mi Al Ándalus, agotada como una naranja sin jugo. Esa morena, esos labios cuyo color tomaron las noches, se prostituyen en el arcén de una carretera. El viento ya no sopla desde esta tierra, su costa amurallada de hormigón retiene el aire, lo pudre y lo deja caer en forma de neblina sobre el Gran Río domado, prisionero de una presa en Sevilla. Ya no te añora Ibn Jafaya, ya no te suspira Boabdil entre montañas, ya quedaron extintos los reyes del pasado y sus linajes, de un mundo que no existe, vuestros tronos los ocupan mentirosos, saqueadores, profanos de las leyes de Dios y de los hombres. 

¿Fuiste cierta alguna vez, Al Ándalus, creciste en el mundo de la materia, donde todo se corrompe y nada es nunca perfecto? Quizás solo has sido un sueño de belleza, tallado en la caligrafía de los muros, en los cuentos de príncipes poetas y de hazañas y aventureros; imagen borrosa de un antiguo cristal, siempre gloriosa, siempre bella, porque existes en el mundo de los anhelos.



Letra original de "Ay, de mi Al Ándalus", de Ibn Jafaya:


¡Qué lejos me hallo del paraíso,
De mi Al Ándalus!
Al Ándalus sede de cuánta hermosura;
Lagar de la fragancia toda,
El esplendor de sus amaneceres
Es de alegre semblante,
Y de labios de una morena
Tomaron el color sus noches.
Siempre que el viento sopla desde mi tierra,
Grito con añoranza: ¡Ay, de mi Al Ándalus


lunes, 17 de septiembre de 2012

Historia que un hombre contó a su hijo


Y fue en aquel momento, cuando pensábamos haber alcanzado el estado más alto y glorioso, cuando nuestras ciudades cubrían toda la superficie del mundo y nuestras máquinas viajaban por el cielo, por el mar profundo, por entre las rocas e incluso a otras Tierras lejanas y sin vida; en ese momento en que personas que jamás se habían visto, y que nunca lo harían por vivir en esquinas distintas del planeta, podían hablar igual que yo te hablo a ti ahora, con mi boca a tres palmos de tus oídos; cuando la naturaleza, domada, nos servía como un Dios caído convertido en esclavo de su creación, y en sus espaldas humilladas se paseaba, inmensamente ingenua, inmensamente soberbia, la humanidad entera; en ese momento, te digo, lo perdimos todo. Sin darnos cuenta, sin que hubiese señales que lo anunciasen; o quizás las hubo, pero permanecimos ciegos a ellas, desapareció de nuestro interior algo que habíamos atesorado durante miles de años, algo que, sin saberlo, había sido nuestra posesión más valiosa, nuestra unión con el resto de seres que componen el Universo, como las hebras de un inmenso tapiz que Dios va tejiendo y remendando con esmero siguiendo un patrón de belleza incognoscible. Un día despertamos convertidos en seres aislados, incapaces de interactuar con nuestro entorno si no era a través de máquinas. Vivíamos en burbujas, completamente abstraídos de la realidad por los estímulos más bajos y baratos, como animales de granja que engordan atados a un poste, sin poder siquiera dar un paso en la existencia que se nos había otorgado, sin zambullirnos en el mar de nuestras conciencias; delegamos todo esfuerzo filosófico o de conocimiento en el método científico. Todo sentimiento fue desechado, toda compasión y humanidad fueron arrojadas a la inexistencia, como aquello que no pertenecía al mundo de lo material y que por tanto no era susceptible de ser consumido ni catalogado. A esto le llamaríamos más tarde La Era de la Inmensa Soledad, porque cada hombre y mujer era una isla de egoísmo y sentimientos mutilados, pero en aquel entonces se le llamó Modernidad. Y en esa era los humanos intentaron llenar el vacío en sus corazones con objetos y tecnología, y creyeron ser felices, a pesar de que habían olvidado el significado de esta palabra.

Luego llegó el invierno del letargo, el estancamiento, en el que cenizas y residuos cubrieron el Sol relegándonos a un cielo de hormigón y eternas nubes grises. La Tierra quedó exhausta, el mar se volvió de plástico. Y, aunque el día del fin ya había quedado fijado, los necios y mezquinos que nos gobernaban aún se las arreglaron para hacernos creer que todo iba bien, que la maquinaria de la cual solo éramos engranajes sin alma funcionaría para siempre. Ciegos, ofuscados por la droga que llamábamos ocio, caminamos directos hacia nuestra perdición. Nuestros países se enconaron en guerras fútiles en cuyo fuego se sacrificó lo que nos quedaba de moral, nuestros Estados, invento estéril de control del individuo, se estrangularon unos a otros y a las sociedades que gobernaban y, engañados por lo que entonces se llamaba Nacionalismo, ideología del egoísmo y la estulticia más inhumanas, las buenas gentes que aún quedaban en esta tierra de demonios fueron despedazadas, amputadas, segadas en ráfagas de fuego que hombres indignos controlaban a miles de kilómetros de distancia, desde la seguridad de sus fortalezas subterráneas, hasta que incluso ellos quedaron sepultados, y las siluetas de altas torres, recortadas en el fulgor escarlata del apocalipsis atómico, fueron la última visión de los millones que perecieron en nuestras ciudades. En un día, con su compañera noche, la creación del hombre se resquebrajó, toda su herencia de cemento pereció, y el Sol amaneció en un mundo de paz sepulcral.

Bajo el brillo de ese Sol pálido la Tierra se encontró a sí misma purgada, porque la construcción trae consigo destrucción, y la destrucción trae renacimiento. En ese día, que desde entonces contamos como el primero de esta nueva Era, los supervivientes de la catástrofe vieron que en el campo se abrían nuevas flores de esperanza, y que de entre los tocones calcinados comenzaban a crecer brotes jóvenes que vivirían para verse milenarios. El cielo se abrió disipado de nubes venenosas, y el salitre de los océanos continuó su labor corruptora y desguazó barcos, oleoductos, puertos, y toda esa marea de basuras que era el patrimonio más duradero de la civilización industrial. Del vacío más allá de los cielos llovieron nuestros artificios flotantes, desterrados de aquel mar de agua oscura e islas de fuego que es territorio de la mente y el espíritu, no de la materia y las cosas que viven. Los animales resurgieron de sus escondites, y pacieron la hierba, y cazaron y se multiplicaron en perfecto equilibrio, como habían hecho durante millones de años, y aún habrían de hacer durante millones más, pues ésa  es la voluntad y la belleza de la vida, que transcurre en equilibrio y es eterna. También los humanos, que durante mucho tiempo vivimos en ese equilibrio, retornamos a él desengañados de la ilusión del progreso desenfrenado, que consume el mundo y le impide renovarse. Reconstruimos nuestras casas con humildad, sin soberbia; aceptamos que el hombre es solo una estrella en la constelación de la vida, que somos una gota en un mar tranquilo que se extiende hasta los albores de la eternidad. Aceptamos que el conocimiento se va desvelando como las siete puertas que se abren, una tras otra, hasta revelar el jardín secreto donde crece una planta llamada respuesta, que solo florece regada por la paciencia y a la luz de la meditación tranquila y la intuición sosegada. No existen atajos, no existen caminos alternativos. La ciencia de los tiempos anteriores al Cataclismo sacaba un ser del río, lo diseccionaba y catalogaba sus partes, su parentesco y sus diferencias con otros seres, y decía que aquella criatura destruida era un pez. Pero solo el pez sabe lo que es ser un pez; solo el que es uno con todo lo que existe puede conocer la respuesta al enigma que trae consigo existir.

Ahora vivimos en pequeñas aldeas, cultivamos y ganadeamos nuestro alimento, almacenamos cuanto no utilizamos para épocas de carestía, o lo intercambiamos con los habitantes de otros pueblos. Rehuimos el dinero, pues lo sabemos absurdo, y no hay un estado que nos gobierne, porque conocemos los desmanes y la esclavitud que trae consigo. Nuestro número no sobrepasa un cierto límite, porque la superpoblación provoca la muerte del entorno, y no hay guerras por cuestiones de identidad u orgullos colectivos, porque sabemos que el Ser humano es un todo en el que no existen fronteras.

Esta historia la contó un hombre a su hijo, y le indicó que debía contarla siempre como si la hubiese vivido, así  no se vería desgastada su importancia por el paso del tiempo. Su hijo la relató a otros hombres, y esos hombres a otros muchos, y después de tantos siglos seguimos contando esta historia como si hubiese sucedido ayer, porque así conservamos su terror y su verdad intactos, y recordamos adónde conducen los caminos de la avaricia y el desenfreno. Así te lo cuento a tí, esta noche en que abandono la apariencia de humano y retorno a la fuente de la vida, a tí que eres la rama de mi tronco, la chispa de mi llama, mi hijo amado, que tendrá otros hijos y ellos otros, perpetuando nuestra especie, siempre en equilibrio y mesura, hasta que caiga el velo de la oscuridad sobre este mundo. Pero ni siquiera en ese momento terminará la vida, porque este Universo que habitamos es inmenso, y se expande a lo ancho y lo profundo, y no es la nuestra la única forma en que se manifiesta la existencia. 

Vive feliz, vive sin miedo ni ansiedad, y algún día te reunirás conmigo.



viernes, 10 de agosto de 2012

El Laberinto

Cuando un día desperté ya me encontraba dentro del laberinto. Recordaba haber destapado, la noche anterior, las mantas de mi cama, de tela suave y confortable; haber leído un libro, cuyo título y contenido he olvidado,y haber apagado la luz al cansarme la lectura, apoyar la cabeza en una tierna almohada de sueños.

Cuando desperté en el suelo del laberinto creí haberme quedado ciego. Recuerdo haber puesto las manos justo delante de mi nariz, y aún así ser incapaz de vislumbrar la más mínima señal de ellas. Busqué un muro en el que apoyarme, y tanteando avancé en la penumbra. Al notar la humedad en la pared y los pedazos de pintura y escayola desprendidos, los goterones que se deslizaban hacia el suelo infinito, supe que no me encontraba en mi casa. Seguí andando, y mientras tanto mi mente conjeturaba sobre quién había podido traerme allí, me preguntaba con especial ansiedad si la ceguera sería temporal o irreversible, si habría sucedido algún desastre en mi casa o si, y esta idea caló profundamente en mi razón, seguía dormido en mi cama, y todo aquel escenario angustioso no era más que una vívida pesadilla.



Pasé un buen rato andando en la oscuridad, mi pensamiento rebotando de una teoría a otra, barajando motivos y causas, trastabillando al borde del colapso, cuando apareció a lo lejos un tenue resplandor, el reflejo negruzco de una llama,  una esquina que doblaba el pasillo ¡No estaba ciego, sencillamente no había una sola luz en todo el lugar! Recuerdo que empecé a correr hacia aquella luz que me había devuelto la esperanza, que era como una gota de cordura en un mar de sinrazón. Doblé la esquina, de la pared colgaba una antorcha, solo una. Una burbuja de luz iluminando las paredes desconchadas. Tomé la antorcha en la mano. La acerqué al suelo, que estaba adornado con azulejos de colores desgastados, muchos de ellos rotos. Alcé el brazo, pero el techo permanecía ensombrecido. Debía ser muy alto. El pasillo por el que había llegado se dividía en otros tres, todos ellos iguales. Decidí seguir avanzando por el de la derecha, el más cercano a la antorcha, por razones supersticiosas: si la antorcha estaba cerca de aquel pasillo debía significar que era el camino a la salida. Ahora sé lo inútiles que eran tales creencias, el laberinto no se rige por ellas, ni tampoco por las leyes de la lógica o la razón. El laberinto tiene un propósito bien claro, y solo se doblega ante la sinceridad absoluta.

No sé por cuánto tiempo anduve buscando la salida de aquel túnel. Ni siquiera ahora sé cuánto llevo vagando por estos pasillos que se dividen y bifurcan y conducen a salones vacíos. Podrían haber sido años, o siglos. El tiempo no existe aquí, en cualquier momento podría despertar en mi cama, en aquella noche tan lejana, y descubrir que apenas he consumido un segundo de mi vida deambulando por el laberinto. Recuerdo que seguí avanzando por el pasillo, doblando muchas esquinas, siempre hacia la derecha. La antorcha estaba a punto de consumirse, y yo ya temía que tendría que volver a andar a tientas como un ciego, cuando llegué a una sala circular de la que partían nueve pasadizos, contando aquel por el que yo había llegado. No había ni un adorno sobre los ladrillos de las paredes, que se curvaban formando una bóveda cuyo cenit quedaba fuera de la vista. Tan solo una nueva antorcha que colgaba del muro, esperándome, lista para que la utilizase. Desde entonces encuentro antorchas de cuando en cuando, en los lugares más inesperados, aunque también paso mucho tiempo en una oscuridad absoluta. Las antorchas no llegan a intervalos regulares, su calor no se encuentra en los momentos en los que más se necesita. Sencillamente aparecen, en un lugar y un momento cualquiera, que no tienen nada de especial. Yo acostumbro los ojos a su fulgor, las aferro en mi mano, sigo andando y doy gracias por encontrar una antorcha, y maldigo con amargura el no tenerlas cuando más deseo la luz, sino cuando la casualidad lo dispone. 


En todo el tiempo que llevo perdido apenas he parado de andar. Cuando el cansancio me vence me dejo caer y duermo, cuando despierto continúo andando. No he encontrado nada de comida o bebida en el laberinto desde que llegué, pero tampoco siento sed ni hambre. En algunos pasadizos he visto ventanas, pequeñas oberturas por las que entra una brisa fresca, a través de las cuales solo se vislumbra una oscuridad inmensa. También he llegado a salas en cuyo centro hay pozos que se pierden en lo profundo. He estado tentado varias veces de arrojarme por uno de esos pozos, aunque temo a la oscuridad y al vacío. 

Un día, que no era tal pero debe recibir algún nombre, llegué a una sala en la que confluían una infinidad de pasillos. Portaba una antorcha, y oí como algo se escurría por el suelo. En el centro de la sala había un altar de pórfido rojo, rectangular, encaramado sobre un pilar. Escuché de nuevo ruidos detrás del altar, lo rodeé corriendo y entonces encontré a otra persona. Era una mujer, que parecía igual de sorprendida por haberme encontrado a mí. El pelo negro le caía sobre los hombros, despeinado, sucio, y me hizo preguntarme si yo tendría un aspecto tan desastrado como el suyo, y si le resultaría bello a pesar de todo, como a mi me parecían bellas las marañas de su pelo, sus ojos asustados, sus manos polvorientas. Ninguno dijimos ni una palabra, yo me arrodillé a su lado y le acaricié la mejilla, llenando mi mano de un calor dulce y tierno. Me miraba a los ojos, tocó mis manos, mi barba, como comprobando que yo no era una ilusión maléfica del laberinto, dispuesta para enloquecer su mente. Nos acariciamos, y nos dejamos llevar por el ardor de nuestras presencias, dejamos que nuestros labios rubricaran nuestra humanidad en aquel túnel de fría oscuridad. La tomé de los brazos y la levanté del suelo, dispuesto a tumbarla sobre el altar de pórfido,que se había cubierto de sábanas de seda roja. La sala y los pasillos a nuestro alrededor se iluminaron con mil teas encendidas, y en el aire comenzó a flotar un aroma de incienso. Pero ella no pudo resistirlo. Me apartó y salió corriendo. Todas las luces empezaron a apagarse a su paso, dispersando en el aire volutas de humo gris, y el perfume y la seda se esfumaron en la sombra. Yo corrí tras ella, pero fui incapaz de alcanzarla.

Y ahora dejo marcas en las paredes para que ella las lea, para que sepa que la busco, para que pueda encontrarme. La busco en cada recoveco, investigo grietas y túneles, siempre tras su pista, tras el cálido amor que palpita en su pecho. Porque ella es mi salida, porque yo soy la suya, porque juntos somos la luz que disipa la sombra del laberinto, porque nuestra unión es su centro, en el cual nace el camino a casa. Ése es el propósito, ésa es la respuesta al enigma, a toda esta maraña de roca y piedra que nosotros mismos hemos creado en nuestros corazones confusos y solitarios. El laberinto no es algo exterior a nosotros, cargamos con él a cada paso que damos. Pero en la entrega está nuestra liberación.

jueves, 2 de agosto de 2012

Paseo Nocturno

Mientras ando de noche, por las calles vacías, la ciudad comienza a transpirar un aire de magia, como un olor penetrante o un sabor ácido, que embriaga la razón y los sentidos. Se podría decir que la noche arropa los callejones con una sábana de misteriosa belleza, que hace surgir casas donde antes no las había, que inventa una historia para cada ventana alumbrada, donde antes solo había un cristal de polvo oscuro sin nada interesante que decir.


Por la noche la ciudad despierta, las luces, la vida y los sonidos se muestran en todo su esplendor, en todo su silencio. Los sueños de los durmientes deambulan a sus anchas por entre las viejas iglesias, y se disputan los campanarios con los fantasmas del pasado, con Don Juan y Doña Inés, y Al- Mutamid, y San Isidoro, y Bécquer y Valdés, y una miríada de espadachines y prostitutas y borrachos, caballeros e hidalgos y damas nobles, todos paseando alrededor de fuentes de piedra, descansando sus piernas etéreas en las raíces de los magnolios, a la luz de la Luna que alumbra la ciudad como un Sol de medianoche, como un mundo de plata y profundos mares de mercurio, negros y abismales. La noche llena las calles de historias e imágenes bellas.

Tras los balcones y las celosías unos enamorados arden bajo sábanas blancas, ella gime con los labios entreabiertos, apretados contra la almohada, y él le muerde la oreja. En la ventana de al lado alguien está muriendo, desde otra llegan las voces de una televisión, y la silueta de una anciana sentada en una butaca se proyecta sobre el cristal. En los portales de las iglesias duermen los mendigos, y unos amigos salen de un bar que fingía estar cerrado, volcando contenedores y alborotando con sus risas, estridentes y alegres. En algún lugar se está cometiendo un asesinato, u otro acto terrible de miseria humana; dos locos que pelean, y empapan los adoquines con su sangre. Las historias brotan de entre las piedras, se aferran a los muros y las verjas de los patios como plantas enredaderas.

Al amanecer las historias se secan, los fantasmas vuelven a sus tumbas, los durmientes se despiertan, y la ciudad regresa a sus ocupaciones diarias casi sin recordar lo sucedido la noche anterior. Los protagonistas de estas historias se funden en la marea de gente que va y viene entre comercios y cafés, sus almas confluyen en el gran espíritu de la ciudad, que respira y anima el aire sobre los tejados, y hace latir con vida y sentido cada jardín, cada casa. Como una mente colmena, un mar de recuerdos y experiencias con voluntad propia, la Ciudad es consciente de cuanto pasa en ella.

Y yo paseo cada noche por sus calles, y las luces de las farolas son como estrellas.

miércoles, 1 de agosto de 2012

El Lavado de Cabeza

Conocí a un vendedor de tinta en la ciudad de Bukhara, Emir de los Creyentes, que fue invitado por un amigo a una fiesta en su casa, para celebrar el matrimonio de su única hija. Todos los invitados a la celebración debían acudir con sus mejores ropas, así que el vendedor se vistió con un caftán de seda roja, con bordados en hilo de oro y botones de marfil, la posesión más valiosa de su familia. Cuando iba a salir de la casa, sin embargo, su mujer le detuvo.

- Pero hombre, serás despistado. Se te ha olvidado lavarte la cabeza, tienes el pelo sucio y grasiento.

- Pues no me queda tiempo para desvestirme, llenar la bañera de agua, bañarme y volver a vestirme. Tendré que lavarme la cabeza en un momento, sin quitarme la ropa. Así ahorraré tiempo.

- ¿Pero cómo vas a hacer eso? No ves que te empaparás el caftán y lo echarás a perder.

El hombre no contestó, llenó una pila con agua y después se agarró la cabeza con ambas manos, y con un giro repentino la arrancó entera, la sumergió en la pila y la lavó a conciencia, frotando cada cabello con jabones perfumados. Y ni una sola gota cayó sobre sus ropas.

sábado, 21 de julio de 2012

Unidad


Dejad todo lo que hacéis, hombres y mujeres, acallad el murmullo del mercado, abandonad vuestro ajetreo, pues sois como hormigas que se afanan yendo y viniendo sobre el vientre de un gigante, como la hierba que cubre la tierra, o la arena que viaja de un extremo a otro del desierto, arrastrada por el viento. Decidle al orador que calle, pues solo queda una cosa por decir. Decidle al escritor que seque la tinta y detenga su imaginación, y al sabio que se aleje por un momento de sus libros añejos, y al filósofo que deje de rumiar y extraviarse en sus conjeturas vanas.

Esta noche la realidad se transformó en sueño, y el sueño se hizo real porque ¿Acaso no son reales nuestros sueños, si son parte de nuestro mundo? Compartimos, mientras soñamos,despiertos o dormidos, la creación con el mismo Dios, ya que somos capaces de hacer aparecer, de mil piezas dispersas, un pequeño universo en orden con su propia lógica, engarzado en la superficie del gran Uno que lo abarca todo. No hay diferencia entre sueño y vigilia, solo la que existe entre el torrente fresco y la roca.

Esta noche aprendí sin abrir los ojos, sin observar la oscuridad de mis habitaciones, sin siquiera pensar. Esta noche el conocimiento cayó sobre mi como el agua de una cascada, como el Sol que alumbra la pradera vacía y hace brotar en ella los colores del tulipán y la rosa. Como una voz que entona una canción eterna desde lo profundo del corazón, notas de una música sin principio ni fin que alcanza nuestras conciencias, serpenteando entre los resquicios de nuestros muros de metal y ciencia.

Y la canción decía que todos somos uno solo, el pez en el agua y el hombre que lo pesca en la ribera, el ternero en el campo y el granjero que lo sacrifica, el sastre que teje la seda y el gusano que se viste con ella; y el asesino y el ladrón y el cruel, y sus víctimas, los que soportan en silencio o con gritos de rebeldía el peso de la historia, todos son notas de la misma música que da fuerza y sentido a este mundo, y a todos los demás.

Así fue como aprendí, en la luz que inundaba la noche, que el peor pecado es la intolerancia, que la incomprensión y el egoísmo son la raíz de todo crimen y horror que provoca el hombre. Porque cualquier diferencia es solo superficial, porque la diversidad es el reflejo de mil espejos contiguos, reverberando con la belleza de la creación. El que permanece ciego a esta verdad es porque se niega a ver, el que a pesar de conocerla prefiere ignorarla es un hipócrita, tiene el corazón seco como una espiga abandonada al Sol de agosto. El rígido se quebrará, así queda escrito.

domingo, 15 de julio de 2012

Canciones Tristes

Recorro los caminos de los mercaderes y los peregrinos entre La Meca y Medina, entre Calcuta y Kerman, entre Constantinopla y Jerusalén. Canto para los viajeros de las caravanas, y a cambio me dan sustento y me permiten acompañarles, hasta que llego a alguna aldea cuyos habitantes me acogen entre ellos, hasta que he agotado mi repertorio de canciones, y entonces prosigo mi camino. Canto en árabe y griego, en farsi y turco y urdu, y en hindi y gujarati, y también sé algunas canciones en inglés, que un soldado irlandés me enseñó en la India, y que hablan de una memsahib llamada Nancy.

Cuando llego a algún lugar donde no había estado antes y canto mis canciones siempre me piden que pare y cante algo más alegre, porque no es momento para canciones tristes, porque el mundo es grande y bello, porque el tiempo es próspero y el amor encuentra siempre su camino. ¿Y acaso existen canciones alegres que sean sinceras? Cuando la vida es todo sonrisas y felicidad, qué necesidad hay de escribir canciones, quién es el loco que abandona su dicha y confiesa su pensamiento al papel y a la música, si el Sol está en su cenit, y la Primavera de nuestras vidas despliega ante nuestros ojos su cálido abanico de colores. Cuando nace la felicidad en nuestros corazones no es necesario hablar de ella, ni cantarle, porque alumbra la creación por sí sola. Y si nos abandona, entonces es cuando cantamos por añorarla, por transformar su recuerdo en algo bello que regalar al mundo. Yo no sé canciones alegres, nunca he creído en ellas. La felicidad se disfruta en silencio, inunda nuestras almas y rebosa en un rocío amable sobre los que nos rodean.  Es la tristeza la que no puede ser soportada sin palabras, sin la certeza de que otros sintieron del mismo modo.

Y por eso canto sobre el amor ausente, sobre el hijo o el padre muerto, sobre las flores marchitas y los santuarios en ruinas, sobre pozos secos, sobre viajes sin retorno; porque la tristeza y la nostalgia, no la felicidad, alimentan nuestra imaginación, tocan la raíz de nuestros suspiros. Esto es lo que digo a los que me piden canciones más alegres, y si no les gusta sigo mi camino. De Yidda a Bagdad, de Isfahán a Mashad, todos acaban prefiriendo mis canciones tristes.

viernes, 13 de julio de 2012

El Sabio de Kufa


Hace tiempo una historia de lo más curiosa llegó a mis oídos, Emir de los Creyentes.


Dicen que en la ciudad de Kufa vivía un sabio que andaba siempre preocupado por la suerte de sus vecinos y de la humanidad entera, y no descansaba ni comía pensando en la manera de acabar con sus desdichas, aliviar sus espaldas de la desigualdad y la injusticia.


Y dicen que por fin, después haberse encerrado en su casa durante un ciclo completo de la luna, salió a la calle tembloroso y, tras convocar a sus vecinos y amigos en una plaza del zoco, les comunicó que había encontrado la manera de llevarlos a todos al paraíso, donde no conocerían el dolor y todos vivirían de acuerdo a la Verdad suprema. Lo único que tenían que hacer era entregarle las armas, cuchillos y herramientas que pudiesen guardar en sus casas, e irse a dormir, que él se encargaría de todo mientras ellos descansaban.


- ¿Y qué sucedió entonces, visir?


Mientras las buenas gentes de Kufa dormían, el sabio entró en sus casas una por una y los degolló a todos en sus camas. Luego les quito el pellejo a los cadáveres, y coció los huesos en agua para desprender los restos de carne. Por último, el sabio enloquecido  construyó una escalera con los huesos de sus vecinos, una escalera que subía hacia el cielo, y cuando vuestra guardia, Emir de los Creyentes, capturó al hombre para entregarlo a la justicia, no dejaba de gritar: "¡Dejadme estúpidos, ignorantes, todo lo he hecho por vuestro bien, he mostrado al hombre el sendero hacia la felicidad!”


¿No están igual de locos todos los que sueñan con cambiar el mundo, con pavimentar el camino al paraíso con los huesos de sus semejantes, Emir de los Creyentes?

martes, 3 de julio de 2012

Una Brizna en Un Jardín

La brizna de hierba que crece como una pátina verde en mi jardín, que se alza débil desde las raíces más profundas de la tierra; sueña con rozar las hojas del naranjo, enredar el cielo en un abrazo constante y ligero, estrecharse en torno a su luna de rojo y néctar agrio. Pero los árboles orgullosos, las flores vanas y caprichosas, los pájaros que redibujan con sus canciones mi jardín añadiéndole nuevos colores de belleza divina, todos los habitantes de mi vergel, ignoran los anhelos de la hierba blanda, que en Verano arde y en Invierno se congela, a la que la lluvia aplasta y el viento y los niños curiosos arrancan. Los animales más inofensivos la devoran, su propia semilla la hace brotar frágil. Sus deseos son insignificantes, su presencia es prescindible, su orgullo se ve constantemente humillado. Y, sin embargo, cómo ama la hierba a todo lo que la rodea. En su corazón solo desea abrazar al mundo entero con sus raíces, cubrir cada rincón vacío con trazos de verde puro, el único pigmento que se le permite. La frustración no empaña su esfuerzo, el patetismo solo acrecienta la belleza de su regalo. La brizna de hierba, que crece con optimismo en mi jardín, se entrega sin reservas a la creación, y por eso es el ser más fuerte, el más importante, de todo mi Edén.

martes, 26 de junio de 2012

Meses

Diciembre fue un mes de nada absoluta. Los días de Invierno fueron cayendo lentamente sobre mi ventana,  formando una capa de silencio que me aislaba del Sol cetrino. Y yo pasaba el tiempo asentado en el olvido y en un corazón frío.


Llegó la Primavera, adornando su pelo de flores cultivadas en el subsuelo congelado. El Sol amable volvió agua mi prisión de hielo, y yo salí por primera vez a un mundo deslumbrante de brillo y amor, pero la felicidad fue como una fina venda en el anhelo de mi corazón, que no dejó de gotear sangre negra, día a día, hasta minar mi fortaleza.


Mayo recogió sus tesoros y robó al mundo sus colores. El Sol enfurecido hizo arder la tierra en su búsqueda, y castigó a nuestra ciudad cómplice a sufrir tormento en el infierno. Pero la llama del Verano no consigue cauterizar mi tristeza, mi ánimo sigue desangrándose, oscureciendo al mar y al cielo de azul inmaculado.


Y pasará inadvertido el Otoño como un fuerte viento, y yo iré con él a algún lugar que esté siempre cubierto de nieve cuando llegue de nuevo el Invierno. Y en todo tiempo, y todo lugar, esta herida mía nunca curará, ni siquiera deseo que cure. Amo el sabor dulce de su dolor, que no deja de traer recuerdos consigo, de otras Primaveras, y otros Veranos.


domingo, 24 de junio de 2012

La Fortaleza

Los muros de nuestro castillo parecen fuertes, pero por dentro sus vigas se astillan, carcomidas, y la argamasa que une la sólida roca se quiebra y desprende al posar la mano sobre ella.


Nuestro castillo ocupa un solitario risco desnudo, desde el que domina la llanura y las florecientes riveras. Pero la guarnición permanece hambrienta, nuestros suministros están plagados de insectos y las ratas roban nuestro pan y nos enferman. La servidumbre se escurre por entre las columnas del gran salón, a la sombra del trono donde el señor pierde su mirada más allá de las copas y los asientos, vacíos a su alrededor. El señor calló hace años, solo balbucea; su barba se arrastra por el suelo y sus uñas se han vuelto garras; sus ojos se engañan con fantasmas felices de tiempos dorados, con sueños y sombras que nacen de un oscuro rincón de la memoria. Aisla el corazón de la ruina que le rodea.


Nuesto castillo parece fuerte, debe parecerlo. En los torreones ondea orgulloso el emblema de nuestra familia, por las almenas pasean nuestros hombres con sus cotas pulidas, apoyando su paso débil en lanzas oxidadas. Debemos parecer fuertes, aunque nos pudramos, aunque una noche de lluvia basta para hacer temblar la piedra sobre nuestras cabezas. El castillo debe parecer fuerte, es todo lo que nos queda. Solo por eso vivimos.









jueves, 21 de junio de 2012

El Rey Derrotado


A nuestro alrededor, y hasta donde la vista podía abarcar, los cadáveres y los despojos de la batalla nos rodeaban. Los cuervos descendían formando nubes, picoteando los ojos y mondando los huesos de tan grata reunión de insignes hombres y caballeros que, por acudir a matar a orillas de aquel río apacible, habían conseguido que sus aguas bajasen rojas y anegadas con  los cuerpos de las monturas asaeteadas.

Nuestros estandartes, abandonados a merced del viento y la lluvia, hacían patente nuestra derrota a ojos de vivos y muertos. Me dirigí hacia donde  nuestro hasta hace poco orgulloso rey, ahora líder de un ejército de sangre y dolor,  dejaba reposar la cabeza sobre las palmas de sus manos, incrédulo, abrumado bajo el peso de tan aplastante pérdida. Le llevé agua.

-Bebed , mi rey, y alegraos de estar vivo. Caballeros de ilustre nacimiento, criados en cunas de oro y marfil, no podrán decir lo mismo esta noche allá en las puertas del paraíso, si es allí donde han ido a parar sus almas soberbias.

-Amarga e insultante es la vida por nuestra desgracia, preferible es morir que quedar en este mundo y ser testigos de cómo tan altas ilusiones y tan orgullosos campeones han sufrido esta humillación, de cómo un ejército tan inmenso y tan confiado en su fuerza ha podido conducirse hacia su impensable destrucción.  Tejió el destino, con la seda que nosotros mismos le ofrecimos, nuestro final. El final de un mundo entero.

-Mi rey, no os dejéis llevar por la desesperación del momento. Vivimos, sobrevivimos. Reharemos nuestro ejército, reafirmaremos nuestra fuerza, y con ánimos renovados nos lanzaremos de nuevo a la conquista de nuestras ambiciones. El mundo temblará ante la esperanza a la cual la derrota no pudo someter, tan solo fortalecer.

-No, mi fiel capitán, mi único amigo en la desgracia. He conocido derrotas antes, y de todas ellas he renacido más fuerte, más humano. Pero esto es algo más que una derrota, esto no es solo una herida superficial. Es un surco sangrante que parte en dos mi alma, una brecha por la que escapa toda mi voluntad. Esto no es solo una derrota. Esto es oscuridad. Esto es el olvido, de mí, de mi poder y de mi reinado. Ya no se hablará sobre mis logros y conquistas, mis herederos no tendrán legado alguno que cuidar, solo los gusanos que pueblan la carne corrupta de mi casa. Si tiene fe, hasta un cadáver podría alzarse del subsuelo y caminar, y aferrarse al calor de la vida desde el mármol de su tumba. Pero ningún hombre sobrevive a la pérdida de su esperanza.

Y el antiguo rey lloró sobre las ruinas de su existencia, y al anochecer ya había abandonado su cuerpo el deseo de vivir. Y en el fracaso sobrevivió su recuerdo. Ahora los habitantes de la comarca llaman al riachuelo donde tuvo lugar la batalla, por el que las aguas transcurren pausadas, Arroyo de la Esperanza.





jueves, 14 de junio de 2012

El Joven Conquistador

"Llevo 20 años caminando sobre la tierra, padre, y hasta ahora no he construido nada con estas manos, ni con el ingenio que me fue otorgado, salvo torres de arena y viento, altas como mis sueños. Llevo 20 años aprendiendo de la sabiduría de otros, admirando su obra imperecedera, 20 años que han pasado rápidos como un segundo, el segundo durante el que se contiene la respiración antes de echar a andar por el camino que separa al hombre de su destino. Hoy, padre, terminaron la espera y el aprendizaje. Hoy abandono tu casa, la sombra protectora de tus alas de halcón, y me lanzo a la busca de mi propio reino; es el día en que todo empieza, en el que dejé de temer a la muerte. Quizás porque es más dulce que el fracaso, o porque he descubierto que vida y muerte son solo dos caras de la misma moneda, no muy diferentes entre sí."


"¡Siente mi valentía, padre! ¡Que la sientan todos nuestros amigos y siervos, todas las mujeres de nuestra casa! Hoy dejaré la verde Ferghana, parto a conquistar mis ambiciones y mis más locos anhelos. Y el mundo jamás volverá a ser el mismo tras mi paso."

Y la silueta del joven aventurero, nacido en la estepa, se alargó hasta cubrir  grandes ciudades milenarias. Bebió en sus copas de orgullo y se embriagó con el vino de su poder, a sus pies se postraron reyes y princesas de linajes más antiguos que el suyo, a sus manos murieron guerreros cuyos nombres pueblan las historias que contamos a nuestros hijos, dejando claro que él era más grande que todos ellos. Y cuando llegó a visitarle la muerte lo hizo entre sedas y oros, que son perecederos, pero también entre suspiros de amor y admiración, de odio y desprecio; y aunque su vida lo abandonó, quedó por siempre en la memoria de los hombres.

lunes, 11 de junio de 2012

Sonidos del Verano

La cama empapada en sudor y el ronroneo del ventilador me mantienen en duermevela, medio soñando y medio delirando con ciudades de arena y pozos de agua cristalina. El viento del desierto azota la ciudad y sus campanarios, cubre de polvo las calles vacías, mientras en mi salón de mármol un perro viejo quiere atrapar un moscardón; se lanza a morderlo, pero choca su cabeza contra un cristal de nubes, y el moscardón se aleja flotando en un rayo de Sol. Es Verano en mi hogar.

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Tarde de calor. Hay un brillo dorado en el aire y el cielo azul, con olor a canela, tras la ventana. En el interior tu pelo se derrite en una cascada oscura sobre mis hombros, el sabor de mis labios permanece como gotas de vapor en los tuyos, y dormimos sonrosados. El Sol desciende perezoso. Una cigarra rasca el cristal, nos suplica entrar para refugiarse del aire ardiente. Al despertar se te antoja una naranja, que al exprimirla deja tus dedos cubiertos de dulce pulpa, y un beso para refrescar el corazón. Es Verano en mi ciudad.

viernes, 8 de junio de 2012

Nunca más se supo

De repente en el transcurso de la noche, del lento girar del cielo y las estrellas alrededor de la Tierra, el viaje se convirtió en una huída. Salió a la cubierta del barco, miró al puerto que se alejaba, a la oscuridad que se tragaba su hogar, que trituraba las calles de su infancia y los rincones que a partir de ese momento poblarían  sus sueños.  En un segundo, sin previo aviso, su aventura se transformó en una fuga, en la búsqueda cobarde de un escondite donde los ojos de ella no pudieran seguirle, donde sus fracasos y errores no proyectaran una sombra eterna sobre su corazón. Pero sobre todo, lo más importante, era huir de esos ojos que eran un continuo recordatorio de una pérdida, de un aprendizaje involuntario.


Se giró para alejarse de la humedad nocturna y volver al bullicio de los compartimentos de la tripulación. Y al volverse estaban allí esperándolo,sus ojos marrones, convirtiendo en ceniza el mar, la brisa tranquila y la noche. Allí estaba ella, huyendo también, escapando con él a una nueva realidad, más brillante que la que dejaban atrás, o eso querían creer. Por lo menos sería un cambio, el descubrimiento de un Nuevo Mundo. Por lo menos no estarían solos.

Cuando familiares y amigos, allá en la ciudad, buscaron y preguntaron por los fugitivos, no pudieron encontrar rastro alguno de ellos. Y nunca más se supo.

martes, 5 de junio de 2012

Luna

A la Luna llena, que me miraba desde el cielo a través de mi ventana, le pedí un deseo, ya que allí de donde vengo la Luna trae suerte, y cuando está en su cenit lee en los corazones de los hombres y se apiada de sus anhelos imposibles.


Esa noche, alumbrando directamente en mi cabeza mientras dormía, estaba la madre Luna. Le pedí que rebuscase en mi alma mi deseo más apremiante y duradero, y soñé, confiado en su poder. Pero al amanecer seguía estando solo en mi cama, y a lo largo del día no hubo señal alguna de tu presencia. Por la noche un amigo me llamó y, para hacerme olvidar, me llevó de putas. Se rompió la magia de la Luna, y ya no volvió a mi ventana. Nunca.