En la tarde lacrimosa, cubierto el cielo de letras doradas
despegadas de alguna hoja otoñal,
cuando se emboza la conciencia
entre los pliegues de oscuros nubarrones,
tirita el alma desnuda de luz
acosada por el canto de las corvejas.
Alienta en esa tarde la lumbre
en el hogar del corazón,
la llama roja por la sangre de héroes y villanos,
por lágrimas de amor roto,
aliméntala con versos de John Donne, con el dolor
del príncipe danés, frente a la fosa de la bella Ophelia.
Y mientras el otoño se encamina frío
al sueño quieto del Invierno,
no fallarán a tu ánimo las pasiones y burlas de Quevedo,
ni la vida inagotable en los salones de Elrond.
No dejarán de abrigarte, en palabras e imágenes,
Walt Whitman y Walter White,
ni el loto de color de cielo, flotando en un estanque bengalí.
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