¿Ya oyes lo que gritan en las calles vida mía, todas esas sombras salvajes que queman y destruyen, y se sobresaltan cuando se les aparece, en los cristales rotos por el suelo, su reflejo de demonio?
Finalmente tenían razón, tantos necios que decían:
"Estos años son las horas rojas
cuando el viento se detiene y no sopla ni en forma de suave brisa,
cuando los animales de ciudad reposan sus miradas atropelladas
en bosques de basura y botellas,
y el día se alarga eterno en el Tiempo,
como aferrándose a los hilachos de su toga polvorienta,
para no dejar pasar la vida que se le escapa
inundando de sangre negra el cielo.
Es el atardecer de nuestro mundo,
noche de nubes de ceniza y barbarie,
no habrá Sol ni Luna que alumbren a nuestros hijos deformes,
retozarán en campos de ruinas,
jugarán con las calaveras de sus abuelos,
y no habrá color en sus pieles lacias
que no conocerán el beso cariñoso de la luz."
Y aquí estamos, vida mía
con tus labios sinceros,
tu palabra cálida,
tus manos amantes, que han inundado de amor mis días,
como una gota de honestidad en el desierto de la mentira.
Tú siempre fuiste más valiente,
ser sincero es lo más valeroso que puede ser alguien
en este tiempo que paga con dolor la franqueza.
Ven, abrázame, vuelve tu mirada dulce de cristal
y aquí encerrados en nosotros mismos
veamos como se quema el mundo,
escuchemos lo que gritan en las calles.
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