El profesor Bertrand apretó la última tuerca de su creación. Se detuvo a observar las delicadas líneas con que el hierro y el cobre daban forma a la figura femenina, de redondeados pechos coronados por aureolas de níquel, en su corazón una multitud de ruedas dentadas y correajes que le permitían el movimiento. Encendió el motor a vapor que daba energía a su meca-esposa, la vio abrir sus finos párpados de aluminio, tendidos sobre sendos ojos de cristal aguamarina. Ella se alzó de la mesa, inspeccionándolo todo con curiosidad, hasta que posó su mirada sobre la botella de brandy de jerez que el profesor tenía sobre su escritorio. Alargó el brazo metálico hasta alcanzar la copa medio llena y, como si recordase una vida anterior, se la llevó a los labios. La explosión subsiguiente hizo pensar al profesor que no debía dejar la botella al alcance de su próxima meca-esposa.
I am only a fool
who buys many books
jueves, 16 de octubre de 2014
jueves, 9 de octubre de 2014
Nocturnalia
En el éter nocturno flotan los soñadores, en la sombra que forma posos de negro en las esquinas de los callejones, en los huecos entre contenedores y bares cerrados con persianas metálicas, caídas sobre sus puertas como párpados oxidados y quejosos. La noche de la ciudad no está vacía, sino poblada por un sinfín de formas cambiantes, de músicas nunca oídas. Espíritus que escapan de sus cuerpos diurnos, coloridas proyecciones de miedos y anhelos sobrevuelan los tejados, las terrazas, los parques. Aquí se dan cita los que nunca se encontrarán en su vida insomne. Aquí, sobre el tejado de su casa, vi su idea flotando entre cabellos translúcidos, y vi que me veía sin verme.
- Susurré sin labios ideas puras exentas de lenguaje verbal.
- Yo atravesé su centro -Respondió ella - Con una mirada supe leer sus secretos, expuestos en su ser incorpóreo como cuadros en un museo.
Desde entonces nuestros ectoplasmas se entrelazan cada noche.
- Susurré sin labios ideas puras exentas de lenguaje verbal.
- Yo atravesé su centro -Respondió ella - Con una mirada supe leer sus secretos, expuestos en su ser incorpóreo como cuadros en un museo.
Desde entonces nuestros ectoplasmas se entrelazan cada noche.
miércoles, 8 de octubre de 2014
Alta Fidelidad
La
luz tricolor de las lámparas gaseosas daba un toque de irrealidad al
salón del Club Lancaster para Caballeros en Argyll Street, Londres.
Los grandes ventanales dejaban entrar el tímido resplandor de una
farola solitaria, casi ahogada por la intensa lluvia repiqueteando
con estruendo en los cristales de la estancia. En el interior
flotaban las espirales de humo de las pipas de agua fosforescentes. Un mayordomo modelo M-Butler015 transportaba bebidas sobre una
bandeja, moviéndose con parsimonia entre las mesas y los butacones
donde se acomodaban los más distinguidos gentlemen de
la ciudad. En las paredes colgaban objetos de los rincones más
exóticos del sistema solar: la cabeza de una salamandra atómica de Mercurio,
un tiburón abisal de los mares de Europa, jeroglíficos
marcianos…Cuando entró en la sala, el joven Albert Grey colgó su chistera y
su chaqueta de una percha, se dirigió a la mesa donde lo esperaba su
amigo Alleister Greene, que lo saludó con gran efusión, y pidió al
mayordomo una copa de brandy.
-Buenas
noches, amigo mío. Traigo noticias.
-Oigámoslas.
-Finalmente
ha llegado.- Albert se inclinó hacia su amigo, bajando la voz-La
mujer.
-No
me digas…-Alleister dejó escapar una risita-Estoy deseando verla.
-Es
un modelo nuevo, diseño alemán, pelirroja, incansable…Y cien por
cien fiel.
La
sonrisa de Alleister se desdibujó en un gesto de preocupación.
-¿Todavía
piensas en Emily?
-Siempre. Lo último que oí es que ahora vive
con él en una granja de langostas, en Kenia.
Alleister
dió una calada a su pipa de agua, que se iluminó con una
fantasmagórica luz verde.
-¿Albert,
has estado con alguna mujer de carne y hueso desde…lo de Emily?
-No,
y nunca volveré a hacerlo. Ahora tengo una meca-esposa. Cien por
cien fiel.
La conversación continuó por otros derroteros, igualmente vanos. La lluvia se volvió más intensa, aporreando con violencia
los tejados de las casas como si quisiera hundirlas con sus
moradores dentro. Albert esperó a que escampara un poco. Al salir a la calle eran ya más de las doce. Cuando por fin llegó a su casa,
Albert Grey escuchó un extraño chirrido metálico, el bamboleo
rítmico de contrapesos y ruedas dentadas, proveniente del piso de
arriba. Subió coriendo las escaleras hasta el dormitorio. Allí, su
mayordomo modelo M-Butler014 se agitaba como un juguete desenfrenado sobre su
meca-esposa, que expulsaba bocanadas de vapor blanco de su apertura
bucal, su piel artificial temblando en éxtasis. La habitación olía a caucho quemado.
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