La
luz tricolor de las lámparas gaseosas daba un toque de irrealidad al
salón del Club Lancaster para Caballeros en Argyll Street, Londres.
Los grandes ventanales dejaban entrar el tímido resplandor de una
farola solitaria, casi ahogada por la intensa lluvia repiqueteando
con estruendo en los cristales de la estancia. En el interior
flotaban las espirales de humo de las pipas de agua fosforescentes. Un mayordomo modelo M-Butler015 transportaba bebidas sobre una
bandeja, moviéndose con parsimonia entre las mesas y los butacones
donde se acomodaban los más distinguidos gentlemen de
la ciudad. En las paredes colgaban objetos de los rincones más
exóticos del sistema solar: la cabeza de una salamandra atómica de Mercurio,
un tiburón abisal de los mares de Europa, jeroglíficos
marcianos…Cuando entró en la sala, el joven Albert Grey colgó su chistera y
su chaqueta de una percha, se dirigió a la mesa donde lo esperaba su
amigo Alleister Greene, que lo saludó con gran efusión, y pidió al
mayordomo una copa de brandy.
-Buenas
noches, amigo mío. Traigo noticias.
-Oigámoslas.
-Finalmente
ha llegado.- Albert se inclinó hacia su amigo, bajando la voz-La
mujer.
-No
me digas…-Alleister dejó escapar una risita-Estoy deseando verla.
-Es
un modelo nuevo, diseño alemán, pelirroja, incansable…Y cien por
cien fiel.
La
sonrisa de Alleister se desdibujó en un gesto de preocupación.
-¿Todavía
piensas en Emily?
-Siempre. Lo último que oí es que ahora vive
con él en una granja de langostas, en Kenia.
Alleister
dió una calada a su pipa de agua, que se iluminó con una
fantasmagórica luz verde.
-¿Albert,
has estado con alguna mujer de carne y hueso desde…lo de Emily?
-No,
y nunca volveré a hacerlo. Ahora tengo una meca-esposa. Cien por
cien fiel.
La conversación continuó por otros derroteros, igualmente vanos. La lluvia se volvió más intensa, aporreando con violencia
los tejados de las casas como si quisiera hundirlas con sus
moradores dentro. Albert esperó a que escampara un poco. Al salir a la calle eran ya más de las doce. Cuando por fin llegó a su casa,
Albert Grey escuchó un extraño chirrido metálico, el bamboleo
rítmico de contrapesos y ruedas dentadas, proveniente del piso de
arriba. Subió coriendo las escaleras hasta el dormitorio. Allí, su
mayordomo modelo M-Butler014 se agitaba como un juguete desenfrenado sobre su
meca-esposa, que expulsaba bocanadas de vapor blanco de su apertura
bucal, su piel artificial temblando en éxtasis. La habitación olía a caucho quemado.
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