Conocí a un vendedor de tinta en la ciudad de Bukhara, Emir de los Creyentes, que fue invitado por un amigo a una fiesta en su casa, para celebrar el matrimonio de su única hija. Todos los invitados a la celebración debían acudir con sus mejores ropas, así que el vendedor se vistió con un caftán de seda roja, con bordados en hilo de oro y botones de marfil, la posesión más valiosa de su familia. Cuando iba a salir de la casa, sin embargo, su mujer le detuvo.
- Pero hombre, serás despistado. Se te ha olvidado lavarte la cabeza, tienes el pelo sucio y grasiento.
- Pues no me queda tiempo para desvestirme, llenar la bañera de agua, bañarme y volver a vestirme. Tendré que lavarme la cabeza en un momento, sin quitarme la ropa. Así ahorraré tiempo.
- ¿Pero cómo vas a hacer eso? No ves que te empaparás el caftán y lo echarás a perder.
El hombre no contestó, llenó una pila con agua y después se agarró la cabeza con ambas manos, y con un giro repentino la arrancó entera, la sumergió en la pila y la lavó a conciencia, frotando cada cabello con jabones perfumados. Y ni una sola gota cayó sobre sus ropas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario