El día que morí fue el más triste de mi vida.
Pensé, "mis viajes, mi amor, Sol que amaneces en la distancia,
lluvia que lo entierras y oscureces las hojas del Otoño,
No habréis de volver nunca a mí.
Ni la brisa, azul en Verano, gris de Invierno,
rizos cálidos y miradas de dulce verde destilado".
Pensé que todo había acabado, el día que morí.
Pero no hay viaje que tenga fin; no hay rosaleda que no perviva
en la semilla de primaveras por venir.
Rojos frescos brotaron de mi corazón marchito,
y en sangre renovada, de nueva estrella ardiente,
Viví de nuevo, el día que morí,
nací en eterno ciclo, rueda del cambio, arroyo vibrante del alma.
Viviremos, y no habrá final a nuestro amor, que se reintegra en cuerpo desconocido,
y habrá penumbra en la noche de nuestras conciencias,
Solo para que otra vez alumbren de oro las nubes.
Tumba, cuna y sepultura,
Creación, muerte, solo palabras, solo pasiones,
que van y vienen, despegadas del viento como herrumbre.
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