
Llegó la Primavera, adornando su pelo de flores cultivadas en el subsuelo congelado. El Sol amable volvió agua mi prisión de hielo, y yo salí por primera vez a un mundo deslumbrante de brillo y amor, pero la felicidad fue como una fina venda en el anhelo de mi corazón, que no dejó de gotear sangre negra, día a día, hasta minar mi fortaleza.
Mayo recogió sus tesoros y robó al mundo sus colores. El Sol enfurecido hizo arder la tierra en su búsqueda, y castigó a nuestra ciudad cómplice a sufrir tormento en el infierno. Pero la llama del Verano no consigue cauterizar mi tristeza, mi ánimo sigue desangrándose, oscureciendo al mar y al cielo de azul inmaculado.
Y pasará inadvertido el Otoño como un fuerte viento, y yo iré con él a algún lugar que esté siempre cubierto de nieve cuando llegue de nuevo el Invierno. Y en todo tiempo, y todo lugar, esta herida mía nunca curará, ni siquiera deseo que cure. Amo el sabor dulce de su dolor, que no deja de traer recuerdos consigo, de otras Primaveras, y otros Veranos.
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