"Arrancadme, arrancadme",
grita la rosa sin voz al borde del camino,
abarrotado de pies sin rostro, de pasos sin alma;
se desvanece en el eco de pisadas arrastradas por el viejo Tiempo,
que carga en sus bolsillos arena y olvido.
"Arrancadme, arrancadme, os lo suplico,
del frío suelo al borde del camino",
grita la rosa muda, a tantas gentes ocupadas y sordas.
"Llevadme al abrigo de vuestro pecho,
en la cálida luz de vuestro corazón
dejadme reposar de este largo Invierno al raso.
Yo desplegaré mis brillos, iris de toda la creación,
belleza plasmada en colores vivos,
fundidos en la Primavera de vuestras conciencias.
Llevadme lejos de esta tierra de hierba escuálida y viento gris,
plantadme en un jardín alumbrado de limoneros,
árboles que crecen luz dorada pendiente de sus ramas,
flotando en el blanco etéreo de un jazmín.
Yo, que fui regada por una herencia de siglos,
por la voluntad de sobrevivir, embellecer al mundo,
Yo, que compendio el universo entero
en las sombras de mis mil pétalos,
esta noche helada moriré,
me marchitaré sin que nadie haya aspirado mi aroma,
sin que nadie haya alumbrado toda la belleza que hay en mí."
No se es si no se es mirado. Y si eso es así, los que podemos mirar debemos cuidarnos de a qué no miramos.
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