El Sol apoya sus manos en mi cara, la empuja de un lado a otro, me expulsa de mis sueños. Hace un segundo te dibujaba en un lienzo, con lápiz y carboncillo. Entre figuras geométricas y la línea del horizonte estaba tu rostro, imaginado, programado, quizás soñado; y solo faltaba concretarlo en unas líneas, unos cuantos trazos y te traería de nuevo al mundo real, el de las cosas tangibles, donde todo tiene un propósito. Pero el Sol me ha privado del enorme placer que es dibujarte.
Y me levanto de la cama con una extraña sensación, un temblor que me recorre desde el corazón hasta la punta de los dedos. Es una inquietud, un temor sin motivo, a nada en concreto. Es el estremecimiento de una duda. Quizás sea el no saber si acabo de despertar del sueño en que nos sumergimos, cogidos de la mano, o si ese momento lejano, y a la vez no tan lejano, fue mi verdadero despertar, y ahora que te has ido es cuando las sombras de este mundo loco, sin razón de ser, caen sobre mis ojos y me hunden de nuevo en la ensoñación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario