Te encontré esta mañana, bajo el Sol de un pronto Verano que no podía traspasar la sombra de tus rizos. Te encontré, y dí gracias a Dios por ponerte en mi camino. Dí gracias a la casualidad, araña tejedora, que hacía que salieses de tu jardín en ese momento, bajo ese Sol, que hacía brillar tus ojos como dos estanques de aguas negras. Dios o Azar, qué importa quién sea el director de nuestras vidas. Hoy te he encontrado, con eso me basta.
Cuando nos despedimos tu camino me pareció el más feliz, radiante. Y yo me quedé mirando cómo te alejabas. Cuando la ciudad te tragó yo me quedé mirando esa pared blanca que te había hecho desaparecer, quizás esperaba, solo deseaba, más tiempo. Porque unos minutos nunca son suficientes.
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