Cuántas veces habéis sido mis guardianas,
estrellas frías, brillos indiferentes,
livianas como el parpadeo de la fantasía y el deseo,
incapaces de quebrar la oscuridad del mundo;
hoy veréis como,
rodando por el suelo una vez más,
muerden el polvo mis sueños.
Soledad oscura, viento helado y eterno,
haces presa otra vez de mi corazón,
alargando sombras desde ventanas vacías;
me envenenas el alma,
marchitas las flores de mi jardín.
Asiéntate de nuevo en mi carcasa herrumbrosa,
viajera incansable, huésped ingrata.
Pasará la sombra invernal,
abandonarás la ciudad floreciente,
y yo partiré a tu lado, Soledad,
para que no camines sola.
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