I am only a fool
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lunes, 2 de enero de 2012

El rey del jardín

Se apoya el rey en la ventana de su aposento tenebroso, antaño cielo estrellado de mil candelabros de plata y ónice, ya esfumados sus tibios resplandores, su humareda perfumada, solo queda la oscuridad de su ausencia y la melancolía del poder marchito.
Se dirige el rey a su último ministro sincero, sin apartar la mirada del vergel de gris, de las acequias sedientas y la fuente muda, que yacen rodeados de un muro arruinado más allá de la ventana.

-¿Por qué se ha marchitado mi jardín, fiel Zal? La fuente de mármol se ha secado, ya no corre el agua por las acequias, y las rosas y los tulipanes murieron, igual que los naranjos, que solo han dejado troncos huecos. Las hierbas venenosas crecen ahora por doquier, y las raíces salvajes destruyen las losetas y azulejos.   

-Vos le disteis a la reina la llave del agua que alimentaba vuestro jardín, mi rey, y ella cerro el flujo y lo desvió a los campos que rodean la ciudad, que ahora crecen verdes.   

-Es verdad, ahora lo recuerdo. ¿Y por qué están cerradas las puertas de mis habitaciones? Cuando intento salir unos guardias turcos, a los que no conozco, me impiden la salida.   

-Vos le disteis a la reina, buen rey, la llave de los barracones de la guardia, y la sustituyó por esclavos turcos que solo acatan sus órdenes.   

-Tienes razón, ahora lo recuerdo. Se esfumó el Sol, y yo no sabía donde terminaban sus rizos y empezaba la noche, y sus ojos eran estrellas. Ella es dueña de mi cariño, no puedo negarle nada, fiel Zal. También me pidió que olvidase a mis otras esposas y concubinas,  y yo acepté encantado, porque le entregaría el reino por ver asomar al día su sonrisa, y ni la piel más suave, ni los labios más rojos, valen lo que un suspiro suyo.

Zal, el consejero, el último de los cercanos al monarca, saca de debajo de la túnica de seda un papel enrollado


-Esta mañana llegó un mensaje para vos, mi rey, de la reina. Reclama que le entreguéis la última llave de vuestro juego, el último resquicio de poder que os queda, pues a partir de ahora ella reinará en solitario. Demasiado tiempo se desvió el agua del cultivo a los jardines de palacio, y se malgastó el erario en poetas, músicos e ilustradores. La reina os envía una bandeja de plata, para que depositéis en ella lo que os pide.


Un último vistazo, una mirada breve, resumir en un parpadeo cuanto abarca la vida de un hombre; inocencia, sueños, fuerza, gloria, óxido, soledad, caída. Muerte. La flor marchita que observa la decadencia a su alrededor, la última exhalación de un mundo moribundo y el recuerdo, impreso en el ladrillo quebrado, de días mejores. Todo esto deben abarcar los ojos del rey, pues no habrá nuevo amanecer para ellos.

-Llegó el día, Zal, del último sacrificio. ¿No te dije que a ella le entregaría mi reino?- Diciendo ésto el rey desenvaina un cuchillo curvo, con empuñadura de marfil y esmeralda.- Ésta es la última llave del poder, el que reside en mi sangre, la sangre de mi padre que conquistó el imperio y dió comienzo al linaje real, la sangre de mis hijos, nacidos de mi amor por su madre. Amor y sangre, impulsados a cada latido por este corazón, que le haréis llegar sobre la bandeja.


El rey se despoja de la capa y las vestiduras, más allá de la ventana el jardín, que ha sido su único reino durante meses de encierro. Tantea la piel con el metal frío, buscando el lugar más acertado para hundirlo. Por fin lo encuentra, hace fuerza, y la hoja atraviesa la carne como al papel. La sangre empieza a chorrear sobre la alfombra.


-Me temo que he echado a perder una bella alfombra, fiel consejero, y pensaba ofrecértela como pago por tu servicio y amistad.


El cuchillo traza una línea roja en el pecho, con un movimiento de palanca el rey puede sacar fuera el corazón, todavía vivo, con gran habilidad, y lo deposita cuidadosamente sobre la bandeja. Después se acerca a la cama, aparta las mantas y se acuesta bajo ellas.


-De jóven fui  un gran cazador, y arrancaba los corazones de gacelas y leones. Hoy es la presa la que se entrega, y ofrece mansamente el cuello para el golpe de gracia. Ahora déjame, mi buen Zal, necesito descansar. Lleva su presente a la reina, y dile que soñé, al dormir, con aquel primer encuentro en la arboleda de mangos, hace tantos años. Déjame, consejero, tengo sueño, y mañana temprano querré pasear por mi jardín.

2 comentarios:

  1. ¿De verdad es tuyo? Me ha gustado tanto que me creería que tiene varios siglos.

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  2. jajaja, si que es mio, no se lo he plagiado a ningún poeta árabe desconocido. Me alegro de que te haya gustado

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