El Mentiroso no lo es por maldad, ni busca pervertir las mentes cuerdas ni el orden del mundo. El Mentiroso no persigue el poder, ningún propósito oculto, si no es el de hacernos ver más allá de lo visible. Dejad que me explique.
Todo empezó una noche en la que, abrumado por un cansancio inusual en él, hombre ocupado y de provecho, abandonó la mesa donde su familia cenaba frente a la lumbre del televisor y se retiró a su habitación a dormir, y en la oscuridad del sueño se atrevió a abrir puertas que siempre había mantenido cuidadosamente cerradas. Tras ellas vio los cuatro ríos del paraíso, regando de miel, leche y vino un jardín de inconcebible color, estanques habitados por peces de mil caras, las carpas sagradas de Abraham, en Shanliurfa, y entre las copas de árboles de incienso escuchó el canto verde y azul del Simún. Combatió junto a armaduras vacías y oxidadas, héroes olvidados de viejas sagas y cantares, desgastados por el desuso de sus narraciones, a dragones vigilantes de algún antiguo tesoro, más antiguo que la primera estrella nacida de la espada de Surtr. En lo más alto de una montaña, en un templo de oro y jade, habló con un anciano maestro. Su barba era tan larga y espesa que cien discípulos la cargaban en hombros cuando necesitaba moverse, y los pelos de la punta se mojaban con el río que fluía en el valle. En una ciudad tragada por el mar se enamoró de los cantos de la ondina, y esta le dió su aire para respirar, y calentó su corazón con sus labios. Fue rey y mendigo, pez y pescador, sacerdote e incrédulo, héroe y villano, soñador y sueño al mismo tiempo.
Y cuando despertó la comida le supo a ceniza, cómo no iba a ser así, si había comido el fruto dulce del mismo árbol que Adán y Eva; el perfume de su mujer no despertaba ninguna sensación en él, y no podia ser de otro modo, si había pasado la noche entre los rizos de una bailarina con el olor del jazmín en la piel; y ni siquiera reconocía a sus propios hijos. Cómo podría, si había engendrado a toda una dinastía de trágicos reyes y héroes, de los que no quedaba ni el polvo de sus tumbas.
Su trabajo le pareció vacío. Él, que había explorado mundos nunca vistos por otro hombre, no podía asesorar a matrimonios infelices en cuestiones de divorcio ni mediar en pleitos mezquinos entre vecinos. Su mundo le pareció un lugar de hastío y marcas comerciales. Un mundo que se vendía a si mismo, sin otro objetivo ni otro sueño que la producción y la venta en masa.
Y desde entonces El Mentiroso empezó a contar sus hermosas mentiras, y las gentes que le escuchaban empezaron a creerlas, porque así podían atesorar en sus corazones, por un segundo al menos, la belleza y la calidez que no encontraban en lo cotidiano. Y El Mentiroso empezó a vivir en sus sueños, a abrir cada noche nuevas puertas ocultas en lo recóndito de su consciencia, nuevas historias, nuevos personajes con los que hacer soñar al mundo entero.
Y ésta es su guarida, el lugar en el que, a la luz del candelabro, observa las distintas facetas de la realidad como si fueran las de un diamante, y su mirada se extravía en sus destellos.
Entonces El Mentiroso no es un mentiroso, sino uno de los pocos que dicen la verdad. Cosa distinta es que las voces que más se oyen, sea por su mayor número o por su mayor poder, lo acusen de mentir.
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