Ahora os contaré la historia, Emir de los creyentes, de tres hermanos, los hijos de un rico mercader, que viajaban a toda prisa de vuelta a su ciudad natal desde tierras lejanas, ya que su padre agonizaba en su lecho de muerte. Ya les quedaba poco camino por delante cuando llegaron a una aldea, cerca de la ribera de un río que debían cruzar, pero el río bajaba embravecido por las lluvias del otoño, y se desbordaba formando mortíferos remolinos. Los tres hermanos se refugiaron en la posada del pueblo mientras decidían qué hacer. Sentados alrededor de una mesa la hija del posadero les sirvió la cena, y cada uno tomó su decisión sobre el camino a seguir.
El primer hermano pensó que había que cruzar el río a toda costa, así que a la mañana siguiente botó una barca y se internó en la vorágine. El viento y la corriente, unidos en furiosa tormenta, empujaron la barca contra las rocas, donde pereció estrellado el primer hermano.
El segundo hermano también estaba impaciente por continuar el viaje, pero era más prudente. Decidió que cabalgaría paralelo al río hasta encontrar una zona de aguas mansas. Así, cuando se hubo alejado del pueblo varios kilómetros, unos bandidos lo asaltaron, le arrebataron cuanto llevaba y le cortaron el cuello.
El tercer hermano, por su parte, decidió esperar en el pueblo hasta que las lluvias cesasen y el río volviera a ser transitable. Se estableció en la posada, e igual que ocurre con dos pájaros que conviven en la misma jaula, surgió el deseo entre el hermano y la hija del posadero. Vivieron su aventura a escondidas, tras cacerolas y puertas, hasta que ella quedó embarazada, y decidieron casarse, porque el deseo se había convertido en amor. Se celebró la ceremonia y una gran fiesta que iluminó el pueblo entero durante varios días. Pasaron los años, el viejo posadero murió, y su hija y su marido se hicieron cargo del negocio, que gracias a algunas ideas innovadoras conoció un gran éxito, convirtiéndose la posada en una fonda y taberna famosa en todo el país. Pasó el tiempo, los hijos del tercer hermano y su esposa crecieron, viajaron, criaron a sus propios hijos...Y una noche, mientras el tercer hermano y su mujer, ancianos los dos, descansaban recostados en la cama, ella, con un súbito respingo, como acordándose de algo, dijo:
-Se me olvido decírtelo querido. Las lluvias pasaron, puedes cruzar el río cuando quieras.
Él la miró extrañado.
-¿Y para qué querría yo cruzar el río?
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