Qué hacer si tu recuerdo está tallado en piedra en mi ánimo; si cada calle, cada esquina, guarda una imagen de ti. Salgo a caminar una noche, y siento tu perfume en la oscuridad, llamándome desde el antiguo campanario. Tras los ladrillos de la iglesia oigo tus quejidos, tus pies al temblar sobre el mármol frío.
Y golpeo las puertas, grito: "¡Dejádme, dejadme entrar, dejad que la devuelva al calor de la vida, no la retendréis en la sombra de los rostros tallados, que atemorizan su sueño. Sacaré su cuerpo dulce del ataúd, la devolveré a la cama que compartimos tantas veces, donde dormiremos juntos, por siempre!" Dejo mis uñas clavadas en la madera, mis dedos convertidos en una pulpa roja goteando sobre los adoquines.
Entonces se abre gimiendo el portón, aparece en el dintel un triste cráneo, quebrado por los siglos, la sombra de un mártir, la larga barba de pergamino y el hilo de oro abrigando los huesos desnudos. Me habla:
"Ella no está aquí, ella ya es libre; y su tumba es la Luna, no el mármol, y su aliento la fragancia de la flor nocturna que, como un delicado recuerdo, se abre bajo tu ventana. Pierdes el tiempo, no la busques aquí, ella ya está contigo"
Dejo mis uñas clavadas en la madera
ResponderEliminarreconozco que esa frase al leerla me ha dado un poco de tiricia...
Genialísimo el texto, Antonio. No sabía que tuvieras Blogspot. Te sigo ;)
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