Mi mano dice de mi brazo que es un ladrón y un tirano,
que en tiempos antiguos vivía sola como mano,
al margen de cuerpos, cabezas y brazos.
Dice mi mano que tiene obligaciones en exceso,
que es el miembro con más trabajo,
y que este brazo, rey déspota malvado, la limita,
anula las libertades ancestrales que son heredad de todas las manos.
Mi mano sueña con un mundo descuartizado,
donde orejas, piernas y ojos,
reboten por el mundo independientes, autónomos,
sin cuerpos opresores y extraños.
Un día, al despertarme, amenazó mi mano con cortarse,
si no la desgajaba yo primero;
que no seguiría trabajando para corazones centralistas y pies ociosos,
así que entre los dos la amputamos:
ella serraba su hasta entonces muñeca,
yo procuraba que no desangrase en su ansia el cuerpo entero.
Y por fin fue feliz mi mano, vivió libre y plena
el tiempo que vivió, que no fue mucho.
Al minuto dejó de moverse,
y hoy hace ya una semana que huele.
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