I am only a fool
who buys many books

domingo, 21 de julio de 2013

La Fama del Poeta

En una casa adinerada de Sevilla, construida gracias al comercio con el Nuevo Mundo, en un día de Sol nublado sin mucho calor ni frío, un día que tampoco quedaría marcado en la memoria de la ciudad por ningún suceso extraordinario; en un día, pues, indefinido, del montón, nació Lope de Herrera y Cetina, famoso poeta. El padre de Lope, viendo durante la infancia de su hijo que éste estaba impedido para el negocio familiar del comercio por haber heredado, de su madre sin duda, bondad y memez, decidió encaminar a su hijo hacia la más antigua tradición de la élite sevillana, cuyas filas aumentaban en aquéllos tiempos día a día gracias a la lluvia dorada que anegaba la ciudad desde América: el no hacer nada, el Dolce far niente, como lo llamaban los amantes de las letras itálicas; la noble pereza, la ilustre dama Vagancia que se deleitaban en cortejar las clases pudientes y las autoridades de la ciudad, al tiempo que disfrutaban de una riqueza que sabía mejor por cuanto no era el producto del sudor de sus frentes. En aquellos días la ciudad del Guadalquivir se llenó de grandes palacios, altas torres, plazas que eran la maravilla de la Europa cristiana; y en estos espacios públicos el vulgo, la gran masa que crecía a la sombra de la afluencia de oro, se ocupaba en imitar a la aristocracia mercantil y administrativa, tendidos a la sombra de los arenales, con vino, música y mujeres bellas y accesibles; porque ya lo dijo un sabio anónimo:

"Una nueva locura se ha asentado
en los entendimientos desta era,
que no hay quien a la dama hermosa quiera
si no es sabia y discreta en sumo grado"

O dicho a los que se pierden en las sutilezas del verso: que la fea inteligente no aprovecha, aunque aún la más desagradable pueda ser atractiva si es de abre-fácil. Queden las intelectuales para los ratones de biblioteca y tráiganme tontas bellas. Esta es la sabiduría que se escucha en la calle, yo por buena la doy.

En las tabernas, que tras la administración pública y la prostitución eran el negocio más abundante y lucrativo,  las estocadas eran frecuentes. También en las plazas, sobre todo en días de fiesta en los que el alcohol corría por las calles formando ríos y siempre había algún pobre desgraciado que caía apuñalado por un bruto pueblerino o de barrio a causa de algún asunto de poca monta, que casi siempre tenía que ver con mirar deseoso a la zorra de otro. Cuando llegaban los corchetes de alguaciles todos corrían, y mientras la autoridad requisaba el vino y cobraba tributo a los presentes por beber en las vías del rey, el pobre muchacho acuchillado se desangraba abandonado por todos, amigos, enemigos y churris. 

Así era el mundo en el que vivía Lope de Herrera y Cetina, el muchacho despreocupado que nunca tuvo que ensombrecer su ánimo con desazón por el futuro, con trabajos ni estudios, y que pudo así dedicarse al despilfarro y la juerga colectiva de sus contemporáneos. Durante la semana santa disfrutaba de las procesiones con fervor pueril y ropas caras, sentado en un palco con otras personas estultas e ilustres, y en la feria de ganado bebía con sus amigos hasta que todos juntos regaban el albero con sus humores. Pero algo bullía en el corazón blando del joven Lope, una pasión, una voz que necesitaba ser escuchada, transformada por el ingenio en verso. Cuando una muchacha con vestido apretado, desbordando carne por el pecho, bailaba cerca suya o pasaba a su lado por la calle, dejándole aspirar el aroma a fuego que expedía su cuello, eso que Lope sentía removiéndose en sus pantalones era poesía. Las noches en que el exceso de vino le enrojecía los ojos y le volvía de color tinto los sesos, y regalaba a sus compañeros disparates que eran aplaudidos con risotadas, pero que a sus propios oídos le sonaban a filosofía neoplatónica, entonces eso que salía de su boca era poesía. El hijo de Herrera era un poeta, y si algún arte honesto crecía en el plantel de Sevilla ese era la poesía, a la que no faltaban auténticos talentos. Y que Lope era uno de ellos iba a quedar pronto demostrado.

Lope compró papel y tinta, y esperó a que las musas hiciesen vibrar de nuevo su alma con llamadas sugerentes. Cuando por fin llegó el momento y notó esa sed por escribir, esa idea que no abandonaba su cabeza ni dejaba de pesar en su corazón, tomó la pluma, la ahogó en tinta y escribió, escribió hasta quedar vacío por dentro, hasta haberlo dado todo. Entonces se detuvo extenuado y admiró su obra: un verso endecasílabo, escrito a la manera italiana. El muchacho no cabía en sí de orgullo, y analizó al hijo de su ingenio una y mil veces, lo leyó y releyó, temeroso siempre de haber contado una sílaba de más o menos, dudando de si el acento del verso era sáfico o heroico. Pasaron los meses y ya se hacía llamar poeta por todos sus conocidos, recitaba su verso siempre que algún incauto le daba pie a ello, y al final, de tanto repetir su valía, acabó por adquirir fama, que así es como la consigue siempre el más ruidoso antes que el ingenioso. Ya llevaban meses circulando copias manuscritas de su endecasílabo, que él mismo se había encargado de hacer correr de mano en mano, y había recibido más de una alabanza de poetas verdaderos pero pobres, que vendían sus elogios por congraciarse con el poderoso patriarca del clan de Herrera, además de por unas cuantas monedas. Las autoridades locales, que estaban emparentadas por sangre o amiguismo con las élites burguesas, también dieron aire a la creciente leyenda de Lope de Herrera, el más grande compositor sevillano, que aún no había escrito más que un endecasílabo de pie cojo y ya se paseaba ufano, codeándose con la intelectualidad y el artisteo hispalense, cuyos miembros lo elogiaban mientras no volviese la espalda, a cuya sombra le propinaban insultos, aunque eso tenían por costumbre hacerlo con cualquiera que se atreviese a entrar a formar parte de sus filas letradas. Pasado un tiempo, después de que su padre pidiese algunos favores a empresarios de las letras, al jóven Lope le llegaba su consagración como autor, esto es, se le iba a publicar un libro con sus obras completas, que seguían sin sumar más que su famoso verso de once sílabas, que corregía constantemente, a veces durante noches enteras. El libro fue impreso en el prestigioso taller de los Cromberger, ocupando el escrito más de doscientas páginas, contando la introducción, dedicatorias, prólogo, prefacio, notas aclaratorias y elogios de distintos artistas encumbrados, como el famoso novelista y piquero en Flandes Arturo Prefiero-Noverte.

El libro fue alabado por expertos y académicos, aunque recibió una acogida más bien fría por el público en general, así de ciega y falta de gusto es la gente llana. Para Lope significó su ascenso al olimpo del arte, donde quedó grabada su memoria en mármol eterno, aunque por desgracia para la posteridad no resultó ser un autor prolífico, pues no escribió otra cosa hasta que llegó a llevárselo la muerte, ya en su vejez, aparte de su famoso verso endecasílabo.

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