Siempre soldado al pie del cañón humeante,
vacío de pólvora y balas;
siempre guardián en la almena quebrada,
defendiendo el muro en ruinas;
siempre capitán valeroso empapado a proa,
como un segundo mascarón,
acosado por la tormenta y el oleaje,
y el huracán negro que azota el corazón
cortando sus anclajes de carne.
Valor, valor, valor;
siempre protegiendo bajo paños verdes la llama de la vida,
a resguardo de la lluvia y el viento bramador.
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