La clase estaba resultando tediosa, una extensión estática de tiempo alargándose hasta el infinito. Los estudiantes bostezaban, ausentes, o garabateaban distraídos en sus cuadernos. Entonces, de la nada, apareció una mosca zumbona. Nadie supo por dónde había entrado, parecía haberse generado espontáneamente en el aire cargado del aula. Fue directamente hacia el profesor, y empezó a revolotear alrededor de su cabeza. El hombre, doctor en Gramática Morfosintáctica Generativo-Social, empezó por agitar distraído la mano para espantar a la molesta invitada, pero ésta resultó ser de lo más tenaz. El profesor soltó varios manotazos al aire, pocos al principio, pero pronto pareció que estuviese lanzando objetos invisibles contra la pared al fondo de la clase. Soplaba a la mosca con estruendo, pataleaba, danzaba dando brincos y volteretas, con el insecto siempre zumbando alrededor de su cara, como una compañera de baile; se le posaba en la nariz, o le hacía cosquillas en el interior de sus orejas. Los estudiantes miraban, divertidos e incrédulos, liberados del peso de la Gramática Morfosintáctica. Por fin, el profesor exclamó, exasperado, agotado:
- ¡Maldito bicho! Si tuviese un matamoscas te iba a dejar bonito.
- ¡Perdone, un respeto!- Respondió la mosca, visiblemente molesta. Todos en la clase dieron un respingo.
- ¿ Usted...usted habla?-Preguntó el profesor a la mosca, limpiándose con la palma de la mano un goterón de sudor que le corría por la frente.
- Hablo, y mucho. Soy el inspector encargado de evaluar su trabajo docente.
- ¿Y qué le parece?
- Una mierda, por eso no paro de revolotear a su alrededor.
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